Desde que se llevó a cabo el asesinato de “Norita” en la ciudad de Río Cuarto, cinco fiscales tomaron la causa. Con acusaciones que llevaron a callejones sin salida en cada investigación y muchas teorías escandalosas sobre la familia, finalmente, un jurado popular decidirá el futuro del único imputado: el viudo, Marcelo Macarrón.
Este lunes, tras un largo proceso judicial, que incluyó seis fiscales y cientos de pistas falsas y argumentaciones que terminaron en la nada. Gonzalo Romero, encargado de la oficina de Jurados Populares del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de Córdoba aseveró que el jurado popular está constituido por 12 personas, y se estima que el juicio se lleve a cabo en aproximadamente 10 audiencias. Por su parte, el fiscal Julio Rivero fue designado para llevar adelante la acusación frente al jurado, junto a la Cámara Primera del Crimen de Río Cuarto.
El caso tuvo ribetes de escándalo y un feroz tratamiento periodístico en sus primeros años. El contenido de la historia, que entremezcla riqueza, sexo y poder, sirvió como disparador para que un sector de la Justicia riocuartense, lo examinara más de cerca y determinara que fue una estrategia más del viudo para desviar la atención de los fiscales hacia una hipótesis que no lo tuvieran como centro.
A fines de 2020, el fiscal Luis Pizarro envió la causa a juicio y en la requisitoria mostró una serie de elementos probatorios que le sirvieron para que el viudo termine sentado en el banquillo de los acusados como “instigador” e imputado del delito de homicidio calificado por el vínculo, alevosía y precio o promesa remuneratoria.
Si se lo declara culpable, Macarrón puede ser condenado a prisión perpetua. El juicio comenzará este lunes a las 10 en la sala de la Cámara Criminal y Correccional de 1° Nominación de Río Cuarto.
El tribunal estará conformado por tres jueces técnicos: Daniel Antonio Vaudagna, Natacha Irina García, vocal de la Cámara; y Gustavo José Echenique Esteve. Y también estará integrado por ocho jurados populares, cuatro hombres y cuatro mujeres.
Se acusa a Macarrón y “sus adláteres”, no identificados, de planificar el crimen para no tener que dividir los bienes de la pareja. Para el fiscal, habrían tenido como objetivo, “obtener una ventaja política y/o económica”.
La acusación sostiene que le habría dado la llave de su casa de Villa Golf a sicarios para que mataran a su esposa, el 25 de noviembre de 2006, mientras él estaba en Punta del Este. Se interpreta que la escena sexual que caracterizó al hecho fue simulada para distraer la atención. Lo comprometía su ADN en el cuerpo de la víctima (justificando que dos días antes de viajar a Uruguay a jugar al golf, había festejado su cumpleaños 47 y que el festejo había terminado así), en la ropa de cama y en el cinto de la bata con que la mujer fue estrangulada.
Lo que pasó
Una lluviosa madrugada de hace 14 años, Nora Dalmasso llegó a su chalé del 527 de la Calle 5 de barrio Villa Golf; se desvistió, se acostó en la cama de su hija Valentina –la chica estaba en EEUU-, revisó los mensajes de su teléfono, hasta que su asesino la sorprendió y la mató.
Cinco horas antes, Nora había llegado al Alvear, un coqueto restaurante ubicado en el 923 de la calle con el mismo nombre, a dos cuadras de la plaza Roca de Río Cuarto. Había sido inaugurado en septiembre de 2006, apenas dos meses antes y era “el” lugar de moda en esta rica ciudad del sur cordobés ubicada a 220 kilómetros de la Capital.
Cuando Nora llegó, ya estaban Marta Carranza, Silvana Masoero, Rosario Márquez, Graciela Compagnucci, Amelia Molinuevo y Paula Fitte de Ruiz. Se demoró porque había pasado por una galería de arte a saludar a su cuñada en un evento social. Nora tampoco sabía que esa sería su última visita a un evento social. Las siete mujeres se hacían llamar “congresistas”, porque sus cenas de amigas eran verdaderos congresos donde hablaban cosas que sólo ellas sabían. Y que nunca declararían a terceros, incluso a la Justicia, que luego de esa noche las interrogó por el asesinato de Nora.
Cinco de las congresistas, incluso la víctima, que no sabía que esa sería su última cena, vivían en Villa Golf, un barrio abierto con aires de country. Ese mediodía del viernes 24 de noviembre de 2006, Nora había almorzado con su mamá Delia Grassi, “Nené”, para todo el mundo.
Cerca de las seis de la tarde, Nora se dio un chapuzón en la pileta de su casa. Estaba sola y ese iba a ser un fin de semana de soltera. Su hijo mayor, Facundo, vivía en Córdoba, donde estudiaba Derecho. Su hija Valentina en EE.UU. en un viaje de intercambio estudiantil. Su marido, el traumatólogo Marcelo Macarrón se había ido el día anterior con unos amigos a jugar al golf a Punta del Este y regresaría el lunes siguiente.
La noche de la que sería su última cena, Nora la terminó en la casa de Rosario Márquez, una de sus amigas y vecina, bebiendo champán Pommery. Llovía a cántaros en Río Cuarto. Los policías de la garita de la entrada de Villa Golf no notaron nada raro. Esa noche, encima, había dos fiestas en Villa Golf, con entrada y salida de vehículos.
Cerca de las 3 del sábado 25 de noviembre, las mujeres se despidieron y acordaron verse horas después para pasar un día de pileta. Cuando Nora llegó al garage de su chalé, Paula Fitte la vio entrar, la saludó con un bocinazo y Nora le devolvió el saludo con la mano y sonriendo.
El sábado, no hubo juntadas de amigas. Nora no respondió ningún llamado ni mensajes de textos SMS que se usaban en esa época. Las congresistas supusieron que estaría aprovechando su fin de semana de soltera.
La que se preocupó fue su mamá, “Nené” Grassi, el instinto de madre le hizo sospechar que le había pasado algo grave. La mujer llamó a Pablo Radaelli, un vecino de los Macarrón/Dalmasso, de unos 70 años de edad, que tenía la llave del chalé de los vecinos.
El hombre entró por la puerta de la cocina, en la mesa del living encontró una nota que había dejado Paula Fitte invitando a Nora al Alvear; no notó nada raro. El VW Bora de la mujer estaba estacionado. Gala, la perra cocker de la familia no estaba en la casa, lo que le llamó la atención del vecino. Radaelli golpeó las palmas varias veces y llamó a la dueña de casa varias veces.
Cuando subió a la planta alta, vio las herramientas y tachos de pintura en la habitación matrimonial, que estaba siendo refaccionada. El dormitorio de Facundo estaba vacío y allí dormía Macarrón. También, en esa cama, mantenía relaciones sexuales el matrimonio, como declaró el hijo en la causa, “porque era más cómoda” que la de su hermana menor.
Justo al ingresar al cuarto de Valentina, Radaelli olfateó un olor nauseabundo. La humedad del fin de semana y las altas temperaturas de noviembre sofocaron el ambiente. Cuando Radaelli encendió la luz vio a su vecina desnuda, muerta y con un cinto de bata blanco en su cuello. Las sábanas color verde manzana tenían el ADN del asesino.
Pero todavía no se sabía que era un crimen, y se instaló maliciosamente la versión de la hipoxia y el juego sexual de una mala mujer. Una mala esposa. Y una mala madre. Todo lo que no era Nora Dalmasso.
En cuestión de minutos la casa se llenó de gente, hasta el cura Jorge Felizzia vio a la víctima desnuda y pidió, con cierto pudor, que un policía la cubriera. La autopsia practicada por tres forenses, Virginia Ferreyra, Guillermo Mazzuchelli y Martín Subirachs reveló que esa noche, la mujer había mantenido “una relación sexual fuerte, vaginal, anal y sin preservativo”.
Una usina de rumores muy cercana al viudo se instaló que esa noche, Nora había muerto en un juego sexual con Rafael Magnasco, un funcionario de la Secretaría de Seguridad de la provincia.
En febrero de 2007, policías de Homicidios que se alojaron en un hotel de Río Cuarto con los gastos pagados por el viudo Macarrón, torturaron a un joven débil mental, que terminó culpando del crimen al pintor Gastón Zárate que trabajaba en la casa como peón: “Yo no estuve con Norita”, dijo.
Con los policías cordobeses de caza para detener a Zárate en el mejor de los casos- sin más pruebas que un joven con la edad mental de un nene de 12 años, al día siguiente que se lanzara su orden de captura; un abogado se presentó a los Tribunales y entregó al sospechoso. Veinticuatro horas después, una nutrida movilización logró liberar a Zárate, quien recorrió las calles de Río Cuarto en andas de la gente.
Ese mismo año, pero en junio, el mismo fiscal Di Santo, con las pruebas colectadas por los mismos policías de Homicidios, imputaron al hijo de la víctima, Facundo Macarrón, del asesinato de su madre. La acusación, al igual que la del pintor cayó años después. Hoy Facundo Macarrón es diplomático de carrera en el Servicio Exterior argentino y se desempeña como jefe de Sección Consular, Política y Cultural de la embajada argentina en El Cairo, Egipto.
El viudo Marcelo Macarrón, ni sus hijos Facundo ni Valentina nunca en estos 14 años reclamaron justicia por Nora. Enrique Dalmasso, el papá de Nora murió en 2010 sin saber quién y por qué asesinaron a su hija. “Nené” Grassi tiene casi 90 años de edad y está postrada hace años, con algunos raptos de lucidez.
En esos momentos donde está plenamente consciente, “decidió saber quién asesinó a su hija y nombró como abogada querellante a Ivana Gnesutta, una asesora letrada de los Tribunales locales. Juan Dalmasso, el hermano menor de Nora, apoyó plenamente la decisión de su mamá y fue quién buscó a la letrada para avanzar en busca de la verdad. La hermana mayor de Nora nunca se interesó por ella cuando estaba viva, mucho menos, muerta.|