En 1972 The Rolling Stones publicaron Exile On Main Street, doble disco cuya carpeta tenía fotografías de Robert Frank. El buen trabajo del suizo hizo que el grupo le propusiera otro proyecto: documentar la gira de presentación por los Estados Unidos, país en el que no actuaban desde los sucesos de Altamont en 1969.
Antes de aceptar, Robert Frank (Zúrich, 1924 - Inverness, Canadá, 2019) puso varias condiciones. Entre ellas, trabajar con el fotógrafo Danny Seymour y absoluta libertad creativa. Tras el visto bueno de los Stones, el realizador comenzó a documentar todo lo que se cruzaba ante su cámara con un grado de implicación tal que, cuando en julio de 1972 los músicos fueron detenidos en Warwick por agredir a un periodista y obstrucción a la policía, Frank también fue puesto disposición de las autoridades.
A pesar de esta buena sintonía, cuando los ingleses vieron el documental Cocksucker Blues no se sintieron cómodos. Demasiado sexo, demasiada droga, demasiado vandalismo en los hoteles. En el fondo, demasiado Rolling Stones. “Una estrella del rock no puede asumir dosis demasiado elevadas de realidad; tal vez de otras cosas, sí, pero no de realidad”, comentaba Robert Frank al periodista Lluìs Amiguet en 2005.
Las discrepancias entre la banda y el realizador acabaron en los tribunales.
Los abogados de los Stones defendían que Cocksucker Blues era un encargo y, como clientes descontentos, podían decidir que no viera la luz.
Por su parte, Frank defendía su libertad creativa y el derecho a mostrar su obra. Finalmente el tribunal optó por una solución intermedia: la película era propiedad de los Stones y, si bien no podía ser exhibida sin su consentimiento, tampoco tenían derecho a guardada en un cajón. Podría proyectarse una vez al año, en un contexto artístico y siempre que el autor estuviera presente en la sala.
Así fue, por ejemplo, en 1992, cuando Frank viajó a Madrid para presentarla en la Filmoteca. Sin embargo, poco a poco, la interpretación de la sentencia se fue haciendo más laxa. “Miren a su izquierda, miren a su derecha. Uno de ustedes podría ser Robert Frank”, bromeaba el comisario de arte Jeff Rosenheim antes de la proyección de Cocksucker Blues en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York en 2009.
Ese día el realizador no estaba en la sala y aunque Rosenheim comentó que se encontraba en “alguna parte del edificio”, nadie se tomó la molestia de comprobarlo. Johannes Klein, jefe de programación de In-Edit, confirma que tampoco estuvo en el pase que el festival realizó en 2018, meses antes de que Frank falleciera.
La situación legal de la película no ha cambiado”, explican James Lattimer y Cecilia Barrionuevo, comisarios artísticos invitados de Documenta Madrid, y Gonzalo de Pedro, director artístico de Cineteca, que no han tenido demasiadas dificultades para negociar su exhibición. “Desde el principio la propuesta fue muy clara, honesta y hecha desde una perspectiva historiográfica: organizar una retrospectiva integral del trabajo cinematográfico de Robert Frank, buscando ofrecer el retrato más completo posible de su obra. El Museum of Fine Arts de Houston, que custodia su legado artístico, entendió que la retrospectiva tenía sentido si se incluía esa película y solicitó el permiso. Ellos tienen además una copia que los propios Stones regalaron a Robert Frank”.
A pesar del veto, desde hace décadas circulan copias piratas de Cocksucker Blues en VHS, DVD y, en la actualidad, es posible ver fragmentos en YouTube. Por eso, cuando preguntan a Mick Jagger si han pensado editar la película de forma oficial, su respuesta es que cualquiera puede verla. No obstante, como apuntaba Diego A. Manrique en un artículo en EL PAÍS, “un día se limpiará imagen y sonido para lanzarla con gran aparato publicitario. Y alguien se pondrá lírico, evocando el hedonismo suicida de una generación, la tranquila majestad con que los Stones cabalgaban sobre el caos”.
Hasta que eso suceda, Cocksucker Blues conservará ese halo de malditismo que funciona como un imán entre los espectadores. “The Rolling Stones y la dificultad de ver la película le han dado cierto grado de infamia, pero la mejor forma de afrontar la polémica es leerla en el contexto de la época y de las otras películas que la rodean. Cocksucker Blues es una progresión natural del trabajo del director. Si Pull My Daisy y Me and My Brother todavía están aprovechando la contracultura de los sesenta, Cocksucker Blues toma la temperatura de una era diferente, donde la esperanza de la década anterior ya ha comenzado a cuajar en el desaliento y el exceso”, explican Lattimer, Barrionuevo y De Pedro, que reconocen que “también nos alegraría que algunas personas vinieran atraídas por The Rolling Stones y acabasen explorando otros trabajos de Frank”.