La investigadora del Conicet y especialista en endocrinología de la reproducción Julia Halperín brindó detalles sobre cómo fue construyendo su carrera profesional, en el marco del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, que se celebra el 11 de febrero, según lo estableció la ONU, para promover una mayor participación femenina en el área.
Halperin, que forma parte del equipo de la Universidad Maimónides que estudia el impacto del cambio climático en especies silvestres como la vizcacha, volvió al país en 2008, con un programa de repatriación, tras una etapa en Estados Unidos.
Aunque en su infancia, inspirada por las aventuras del personaje Indiana Jones, Halperin pensó en estudiar Antropología, durante la secundaria la Biología ganó la pulseada. "Entré a la carrera, con una idea de que me gustaba Biología marina y la primera materia que tuve con el doctor Alberto Kornblihtt me voló la cabeza, como le pasa a la mayoría", recuerda en diálogo con Télam.
Luego de terminar la licenciatura en la Facultad de Exactas y Ciencias Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) su interés por entender cómo funcionan los organismos la llevaron a hacer un doctorado en Fisiología animal en la misma institución.
Por la crisis económica de 2001 se fue a Estados Unidos junto con su pareja, el físico Gustavo Otero y Garzón, que tenía la posibilidad de hacer su trabajo de doctorado en la Universidad de Illinois, en Chicago. "Terminé la carrera en un momento muy difícil para la investigación, siempre fue difícil, pero en ese entonces era muy complejo hacer ciencia. Era muy desalentador", explica la bióloga especialista en endocrinología de la reproducción.
"Me fui a la nada con un título, acompañándolo a él", afirma Halperin. Sin embargo, ese título de la UBA y la buena reputación que tenía el trabajo de investigadores argentinos en el Departamento de Fisiología y Biofísica en la Universidad de Illinois, en Chicago, le abrió las puertas para trabajar ahí y profundizar sus conocimientos sobre endocrinología y reproducción, que era lo que deseaba.
Además, allí encontró a la investigadora Geula Gibori, a cargo del laboratorio y a su "primera experiencia trabajando con una feminista", cuenta Halperin, y añade: "En su momento no podía llegar a entender bien el mensaje que me daba porque yo venía con otra cabeza".
La bióloga describe que décadas atrás la percepción cultural en función de los géneros era distinta. "Los hombres solían ser considerados más inteligentes y atrevidos", describe.
Como ejemplo concreto menciona que antes de irse del país, en una entrevista, el director de un laboratorio de farmacia y bioquímica le preguntó si estaba casada o en pareja y si pensaba tener hijos. "Salí horrorizada porque no podían tomar a nadie que tuviera en perspectiva tener chicos porque pensaban que le iba a sacar tiempo de atención al plan de doctorado", rememora.
La situación fue distinta con Gibori, quien la impulsó a no postergar más su deseo de tener hijos por la carrera. Cuando compara con el pasado, Halperin considera que "en Conicet algunas cosas se han revisado y están mejor, hubo progresos. Pero aún falta que se discutan algunos temas para que las evaluaciones sean más justas para las mujeres que dedican tiempo en tareas de cuidado, lo que puede disminuir su producción".
Entre las mejoras enumera la licencia por embarazo para las becarias, que antes no existía. Además, al año siguiente del nacimiento a las investigadoras no se les exige que presenten el informe incluido dentro de las evaluaciones permanentes que la institución realiza.
"Las cosas cambiaron mucho y para bien. Estamos a mitad de camino, hay que seguir para mejorar la situación de la mujer en ciencia y en general", afirma la bióloga que, a fines de 2008, regresó al país a través de un programa del Conicet de becas posdoctorales de reinserción con su marido (que lo hizo por medio del programa Raíces) y el primero de sus dos hijos. Desde ese entonces trabaja en el Centro de Estudios Biomédicos Básicos, Aplicados y Desarrollo (Cebbad) de la Universidad Maimónides.
Si bien en Conicet hay más mujeres que hombres a nivel de becarios doctorales, posdoctorales e investigadores asistentes, "a medida que te movés hacia arriba, cuando llegás al último escalafón -que es investigador superior-, solo el 20% corresponde a las mujeres", señala Halperín y agrega que la disparidad aumenta en áreas como física, matemáticas computación, e ingeniería.
"Tenemos como desafío poner la discusión sobre la mesa en todos los ámbitos. Antes de llegar a la universidad, hay que empezar a trabajarlo desde que les niñes están en la escuela poniéndoles a disposición más modelos de mujeres en ciencia", propone la investigadora.
Halperin motiva a romper con ciertos estereotipos de género que imponen determinadas elecciones en los estudios: "A las nenas se las orienta más hacia las Ciencias Sociales porque la matemática, la ingeniería y la computación son cosas de varones".
Halperin investiga desde hace diez años en el CEBBAD, donde estudian la reproducción en un modelo autóctono de roedores, la vizcacha. Este animal tiene ciertas características de la endocrinología reproductiva que son muy atípicas. "Tiene la tasa ovulatoria más alta hasta ahora descripta en mamíferos", indica Halperín.
Así mientras especies como la rata o el ratón pueden llegar a los 20 óvulos por ciclo, la vizcacha asciende a entre 500 y 800, aunque por lo general, luego de cinco meses, solo dos crías son las que completan el desarrollo y nacen, como mecanismo natural.
"Yo estudio la función ovárica porque cuanta más información tenga respecto del funcionamiento normal del ovario mejor voy a poder colaborar en el entendimiento de la fertilidad, del ovario poliquístico y de los tumores", aclara la investigadora.|