Quienes conocen al teniente coronel retirado Sergio Alejandro Berni de su época como militar coinciden en una descripción: “Es un loco”. Los locos, como se sabe, son esos seres que pululan en soledad en medio de una sociedad que no los comprende, o bien, que no comprenden a la sociedad que los expulsa. Esa parece ser la temblorosa relación entre el médico, abogado, y karateca con el Frente de Todos, donde no termina de encastrar, como si fuera la pieza de reemplazo de un rompecabezas ajeno.
Llegado a la base militar santacruceña de Rospentek Aike –que alberga al Regimiento de Infantería Mecanizado 35– en 1989, lanzó desde allí su carrera política como lo que siempre fue: un desencajado.
Durante aquellos primeros años de la recuperación de la democracia, iban a parar a ese destacamento, el más austral de la Argentina, los castigados del Ejército que, por ejemplo, habían participado de los levantamientos carapintada de Aldo Rico en 1987 y 1988.
Si bien no hay registros –más allá de trascendidos y versiones de baja credibilidad y poca prueba– de que Sergio Berni hubiera participado de las sublevaciones en el gobierno de Raúl Alfonsín, el ahora ministro de Seguridad del Gobierno de la provincia de Buenos Aires arribó al sur del sur como un presunto castigado más.
Mientras algunos promueven la versión de que se negó a hacer el servicio militar, un teniente coronel retirado, que lo conoció en 1989, alegó que los motivos de su llegada al regimiento de la frontera lejana con Chile fueron otros: “Según lo que contaban cuando llegó, estaba de licencia en Estados Unidos, donde participó en un concurso en el que el finalista tenía que luchar con Chuck Norris”.
De acuerdo con el relato del ex militar y colega de Berni, “la final esa era todo verso, pero había que pelear en serio, él llegó a la final, peleó y ganó el choque, se tuvo que quedar dos o tres días más, y llegó tarde al regreso de licencia, entonces cuando llegó, lo mandaron a Rospentek”, la Siberia perdida de los militares a los pies de la Cordillera.
“No sé si eso fue invento de la gente o de los que vivían con él en el casino de oficiales, capaz que él lo inventó y fue por otra cosa, alguna cagada que se mandó para que lo mandaran”, dijo el carapintada indultado a N&P.
La cuestión es que “se quedó mucho tiempo en el sur, era director del hospital de Río Turbio, donde conoció a Alicia Kirchner y comenzó su derrotero político”.
Enseguida, Néstor puso sus ojos sobre él y, en 1991, lo nombró director del hospital de 28 de Noviembre, dando inicio a una relación con el poder político que se extiende hasta hoy. De ahí que, más allá de sus últimas declaraciones, en las alega un distanciamiento, el Rambo del Sur responde solamente a los mandatos de La Jefa, la única capaz de domarlo.
La Jefa de Rambo
Fue Cristina Fernández de Kirchner la que, por ejemplo, lo convenció de tomar el cargo de ministro de Seguridad de Axel Kicillof, luego de su insistencia para asumir el mismo puesto a nivel nacional, algo rotundamente rechazado por el presidente Alberto Fernández.
En esa herida de combate abierta, quizás, encuentra su explicación las constantes críticas del soldado hacia la gestión albertista, a la cual “no tengo por qué creerle” porque “le falta peronismo”, según sostuvo en diciembre de 2021.
Los desvaríos de Berni en el Frente de Todos se recrudecieron luego de las elecciones legislativas de noviembre pasado. En esa ocasión, la Jefa de Rambo le pidió (mandó) que bajara la lista de candidatos a legisladores por la provincia de Buenos Aires de su agrupación 20 de Noviembre para dar lugar a La Cámpora de Máximo Kirchner, a la cual calificó como “una organización con personas muy preparadas, pero también con otras que hacen mucho daño”.
Después de ese episodio, en el que la coalición oficialista perdió unos 4 millones de votos respecto de las elecciones de 2019, el también abogado dijo estar distanciado de CFK, aunque aclaró que “no por ella, sino por algunas cuestiones que la rodearon”, lanzó, enigmático.
Una vez más, Rambo, ese soldado que, de ser necesario, se embarra y lucha en soledad contra todo un ejército, demostró que su lealtad estaba intacta: “Yo estoy muy alejado de Cristina, pero hay cosas que es imposible que niegue: yo creo que, por lejos, es la persona con mayor visión política de la Argentina y de ahí para abajo hay un salto muy grande en materia de conducción”, dijo el 12 de diciembre en la mesa de Mirtha Legrand.
Inseguridades
Pero para que el cuento esté completo, el héroe de la historia debe tener, necesariamente, ayudantes y oponentes. Está claro que el único hilo que lo mantiene atado a la coalición oficialista es la vicepresidenta, que intercede por él, como un hada madrina, cada vez que se encuentra en problemas.
Así quedó reflejado en sus enfrentamientos mediáticos con la primera ministra de Seguridad del gobierno de Alberto Fernández, la antropóloga Sabina Frederic, de quien dijo que “cree que vivimos de joda” luego de que comparara a la Argentina con Suiza.
En esa oportunidad, CFK intervino para mantenerlo en el cargo a pesar de sus constantes entredichos con el Gobierno nacional, que impulsaron a un buen número de intendentes de Buenos Aires a pedirle al presidente que hiciera algo para erradicar el “estilo Berni” de sus territorios. Finalmente, después de las elecciones, el recorte del gabinete hizo volar a Frederic por los aires, pero Rambo resistió en la trinchera.
La llegada de Aníbal Fernández sólo significó el cambio de oponente, a la par que el teniente coronel retirado acerca posiciones con quien ocupó el puesto durante el macrismo, Patricia “la Piba” Bullrich Luro Pueyrredón.
El juego maquia-bélico entre ambos se eleva a medida que los dos guerreros sin cuartel entienden que son funcionales el uno al otro para presionar sobre su propia interna, la de Juntos por el Cambio y la del Frente de Todos, que luchan por mantener la unidad en la diversidad, la llave primordial para la victoria en las urnas presidenciales de 2023, a la que ambos aspiran.
Por su parte, el Rambo de Cristina que no termina de encajar en el armado del peronismo frentista no esconde sus intenciones de sentarse en el Sillón de Rivadavia –algo que, por otro lado, perturba a Alberto Fernández–, pero sus aspiraciones se observan lejanas mientras no posea una estructura que lo contenga. Por ahora, la tensa línea que lo mantiene dentro es su eterna benefactora, que posee la fórmula para apaciguar sus ganas de hacer explotar la coalición. |