Como todo hincha de Gimnasia y Esgrima de La Plata, Martín Guzmán, no sabe lo que son tiempos de estridencia, celebración y tranquilidad. No es chicana futbolera. En los últimos 27 años, el Tripero platense solo jugó una final y en sus más de 130 años de vida apenas obtuvo un campeonato en 1929, un año antes de que el fútbol se convirtiera en profesional. Es decir, en tiempos modernos, Gimnasia nunca salió campeón. Si a Guzmán no le gustara el fútbol su pena sería más fácil de sobrellevar, pero al ser un fanático de la número cinco y un excelso jugador —se destacó una y otra vez en los partidos de la Quinta de Olivos donde Alberto Fernández lo quiere siempre en su equipo— la angustia futbolera lo apremia.
En la vida de cualquier ser humano, el entender sus pasiones también te pintará un cuadro más o menos certero, casi impresionista, de su día a día. Hoy, Guzmán es, prácticamente, el único ministro que funciona y aún así, no puede andar relajado, ni dormirse, ya que el descenso ante la profunda crisis económica lo mira todos los días con amor, cariño y deseo. Como todo hincha de Gimnasia, sabe lidiar con esa angustia. En la última semana, el jefe financiero de la república salió a ponerle freno a la escalada inflacionaria y recuperó el protagonismo en un Gabinete dormido.
En los pasillos del Palacio de Hacienda a Guzmán lo definen como un “tipo meticuloso”, extremadamente profesional, pero de carácter fuerte. No se trata de alguien colérico, sino de una persona temperamental.
“Es imposible sentarse en ese sillón sin tener sangre en las venas”, agregan en el ministerio de la calle Yrigoyen. En la política, a Guzmán lo miran con recelo. De manera justa o injusta, no hay una escala para evaluar, los terrenales del kirchnerismo lo consideran como “un técnico al que le falta sensibilidad social, un economista más”. La crítica más profunda está radicada en que el hombre de La Plata es el principal opositor a la “maquinita” para cubrir la ayuda social y eso, en un año electoral en una de las principales y profundas crisis económicas de los últimos tiempos.
Guzmán, reitera cada vez que puede que hay que equilibrar los libros de Argentina y asegurar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para reestructurar 44.000 millones de dólares en deuda, algo que logró en 2020 con los bonistas, y que todo aquello no tendrá precio de recortes presupuestarios radicales. “La austeridad no es el camino a seguir”, supo decir Guzmán. “No en el norte. No en cualquier lugar”, agregó, parafraseando uno de los conceptos preferidos de Joseph Stiglitz, nada más y nada menos que su padrino académico.
Sin lugar para candidaturas
En octubre pasado a Guzmán le consultaron sobre una idea que se diseminó dentro de la Casa Rosada: ser candidato en las próximas elecciones. “Estoy completamente abocado a la economía argentina y en ayudar al presidente Alberto Fernández a poder ordenar la economía del país, estabilizar y tener un ambiente diferente para que Argentina pueda crecer sobre bases firmes”, afirmó. Guzmán nació en La Plata y vive en CABA: podría ser candidato en ambos terruños pero aún así, el escenario tiene la complejidad de la familia disfuncional que es el Frente de Todos. Ser candidato en provincia solo será posible con un acuerdo de La Cámpora y CFK, y ser en suelo porteño es ponerle la cara a la derrota. La complejidad peronista.
En sus épocas de alumno universitario, todavía recuerdan su épica goleadora y el momento crucial de una final en la que con el pie fracturado, convirtió dos goles y le dio el triunfo a su equipo. Hoy, Guzmán juega solo. Muchos temen que se convierta en ese Messi cansado de tener que correr, dar el paso, convertir y ganar. Pero en la vida de ambos, algo los emparenta: en la derrota, serán siempre los culpables.
En 2021, el Gobierno afrontará las peleas que definirán los últimos dos años de la gestión de Fernández y en la espalda de Guzmán, ese hombre que sabe lidiar con derrotas y crisis, se encuentra, quizá, su única espada con algo de filo. |