La novela de ficciones que es la política argentina sumó un nuevo escenario en su carrera hacia las elecciones de octubre y, esta vez, Formosa, una provincia acostumbrada a la marginalidad, pasó a ocupar el centro de la escena como terreno de lucha de las distintas fuerzas políticas.
Y, como era de esperarse, propios y ajenos tironean por dominar la simbología, que se bambolea entre la represión y el abuso de poder y el repudio del oficialismo, que entibia su rechazo señalando las obvias intenciones electorales de sus contrincantes.
En el medio, un modelo político que lleva un cuarto de siglo enquistado en el poder y que se perpetúa de la mano del empleo público: hay 167 trabajadores estatales por cada 100 privados, los protagonistas de la última revuelta que culminó con duras represiones por parte de la policía local y un terremoto político en medio de las discusiones por el armado de las listas para las elecciones legislativas.
El burlador de Formosa (o el convidado de piedra)
Luego de las intensas manifestaciones en Formosa, “la hermosa” sumó más afiliaciones a la hispanidad. A la ya reconocida etimología de su nombre, derivado de la palabra “fermosa” en romance antiguo —calificación dada por los conquistadores españoles que remontaban el río Paraguay— le faltaba un personaje digno de reflejar una leyenda tradicional. Y qué mejor que el propio gobernador, que de burlador de Sevilla pasó a convidado de piedra.
El don Juan Gildo Insfrán, con su rima, su sonrisa alegre y sus ojos azules, cautiva gobiernos desde 1995, más allá de su pertenencia partidaria: convivió con Menem, De La Rúa, Kirchner, Cristina, Macri y ahora Alberto Fernández; damiselas gozadas, burladas y olvidadas por un pícaro que siempre se sale con las suyas.
Pero un día hasta Don Juan, ferviente creyente de que hay suficiente tiempo en la vida para arrepentirse de sus pecados a último momento y ser perdonado por Dios, sufrió la burla por parte del fantasma de un padre, que murió sin vengar el ultraje recibido por su hija. El espectro, que había salido de la lápida del cementerio (de ahí la expresión “convidado de piedra”), arrastró al burlador a las oscuras fauces del infierno.
En la medieval Formosa, el seductor Insfrán pasó a ser ese invitado incómodo que llega a la fiesta y todos callan, al que nadie se dirige y con el que nadie apura una foto. Fue así que, tras varios días de protestas, el gobernador llegó a la Casa Rosada en el marco del Día de la Mujer, donde esperaba ser recibido por el presidente Alberto Fernández y salir de allí con un gesto de respaldo que lo ayudara a sortear la crisis política.
Pero eso no sólo no sucedió, sino que el mandatario norteño pudo lograr apenas una foto protocolar, la cual el presidente no podía evitar de todas formas y que acompañó con unas palmadas al paso, en el marco de la firma de convenios con los gobernadores de todo el país.
Tampoco fue recibido por el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, desde donde le exigieron que realice cambios sustanciales en su Gabinete. Las comunicaciones tanto con el presidente como con el ministro coordinador fueron a través de la frialdad de las líneas telefónicas. Así, Don Juan volvió a Sevilla sin la posibilidad de asegurar que contaba con el apoyo del gobierno central.
Sin embargo, como escribe Tirso de Molina en boca de su Don Juan de 1630: “No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague”, sobre todo con la necesidad de un peronismo unido ante la inminencia de las urnas. |