Por estas horas el hermano de Olexandra debe estar, en el mejor de los casos, esperando en alguna fría trinchera en la retaguardia de Irpín o Bucha. Aunque quién dice que tal vez se encuentre rumbo a Mariúpol, no lo sé. Hasta puede ser parte de un convoy camino a Járkov, que es como ir a un matadero.
El hombre en cuestión, cuyo nombre no recuerdo en este momento, cumplió veintiocho años dos semanas antes de que a Vladimir Putin se le ocurriera invadir Ucrania. La situación lo obligó a dejar el aula de la escuela secundaria donde dictaba clases de historia y música para marchar a un campo de adiestramiento militar.
Olexandra no podía imaginarse a su hermano menor con la culata del fusil incrustado sobre la articulación del hombro y listo para apretar la cola del disparador para salvar el cuero. Cuando me lo contó no pudo evitar inundar sus faros celestes con lágrimas de tristeza. Ahora al maestro le toca matar, así de simple.
Pero el mundo sigue dando vueltas a los tumbos y pese a la ausencia de los docentes que fueron llamados a tomar las armas y a los bombardeos, en Kiev no se dejó de impartir clases. Las autoridades educativas se las amañaron para perfeccionar el sistema virtual que habían inaugurado durante la pandemia de Covid. No importaba cuántos niños y jóvenes se encontrasen en la ciudad, impartir educación en tiempos de guerra también representa un acto de resistencia.
El dato me lo dio Alina, una artista de teatro que ahora se gana el pan como fixer, cuando salíamos de las ruinas de un edificio que había sido alcanzado por un misil a poco más de tres quilómetros del centro de Kiev. Allí volví a comprender, una vez más, que la cultura es la herramienta más útil para la supervivencia y el progreso de los pueblos. Con esa idea dejé Ucrania, en un bus que trasladaba desplazados rumbo a Varsovia.
Antes de partir me comuniqué con mi hija de quince años. Entre otras cuestiones, me contó que ese día había tenido tres horas de clases y que el anterior salió temprano del colegio porque sólo tuvo una hora de historia. El motivo era el mismo que la última vez que la vi: una huelga docente en reclamo de mejoras salariales.
Cuando este viernes llegué a Posadas, la situación no había cambiado. Así, no nos debería asombrar que haya concejales semianalfabetos, diputados que no saben leer de corrido ni sus propios discursos y ministros de poca monta. Al fin de cuentas, la clase política no es más que la manifestación exterior de nosotros mismos.
No sé qué piensan ustedes, pero la cuestión de los docentes que no quieren trabajar me tiene con los huevos al plato. Sepa disculpar usted, señora maestra. Y mañana no me vengan con delicadezas ni susceptibilidades. No generalizo, no hablo de esa mayoría de mujeres y hombres que traspiran conocimiento en las aulas, que si no fuese por ellos, todo esto sería peor de lo que ya es.
Creo que hay buenos docentes y tengo razones de sobra. La fotografía más linda que guardo de mi abuela Nélida es una en la que ella se encuentra de guardapolvo blanco montada sobre un burro. Tenía unos veintipocos y era maestra rural en un colegio de Tafí del Valle, Tucumán. A Mabel, mi madre, bióloga y docente, sus colegas la llamaban “carnera”, porque jamás se plegó a un paro.
Ya lo he dicho en algún que otro descargo de bilis, el problema argentino no es económico ni político, sino educativo. Y lo que ocurre con un puñado de mequetrefes de la dirigencia sindical docente de la Tierra Sin Mal no es más que una pequeña muestra de un país manejado por una kakistocracia que pareciera ser endémica.
La única vacuna para erradicar ese mal ya fue inventada y hay que inyectársela a los niños para que mañana tengamos una mejor clase política. Batalla que por lo visto se está perdiendo a causa de los bajos presupuestos que los gobiernos destinan a la educación, a los incultos saboteadores del futuro y la complicidad pasiva de una sociedad aturdida.
Dicen los medios que la próxima instancia del conflicto comenzará el lunes en una suerte de mesa técnica salarial o como quieran llamarla. Aún confío en que hay maestros buenos, decentes, de primera línea, de infantería, de esos que creen que el único mecanismo de defensa contra la barbarie y la propia estupidez humana es la educación de ciudadanos con actitud crítica.
Siempre me ha interesado aquello del intercambio de estudiantes, maestros y demás yerbas. Sería interesante que el gobernador Oscar Herrera Ahuad proponga, a través de Cancillería y como Dios manda, un intercambio de docentes con Ucrania. Traemos al hermano de Olexandra y a unos cuantos más. Ya me gustaría ver a Estela Genesini, a Rubén Ortiz y al impresentable ministro de Educación Miguel Sedoff discutiendo sobre el futuro de la educación en la región de Donbáss, o Dombás, como indica su castellanización. Ya quisiera ver qué tal les va. |