El realismo mágico sigue entregando capítulos a la extensa novela de la política argentina y las palabras y gestualidades de los gobernantes dieron que hablar durante el inicio de las sesiones en las distintas asambleas legislativas del país.
Pero hubo un distrito cuyo mandamás quitó a su auditorio la posibilidad de recibir el mensaje también a través de sus gestos y el movimiento de sus brazos, esa parte del lenguaje que a veces comunica más que las palabras.
En la Ciudad de Buenos Aires, la pantalla reprodujo una personalización virtual del jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, que se dirigió a los legisladores recién llegado desde las lejanas playas cariocas de Búzios, donde se encontraba de vacaciones.
Lo moral y éticamente criticable de la cuarentena obligatoria alegada por Larreta para justificar su ausencia, a pesar de haber tenido Covid, quedará para los analistas de Twitter, mientras que echar luz sobre la remota semiosis discursiva del gobernante recaerá sobre los estudiosos del lenguaje. En ese sentido, se podría decir que Rodríguez Larreta se constituyó fielmente como un signo peirceano, esto es, algo que está en lugar de otra cosa para alguien, en algún sentido posible.
Ese movimiento por el cual el mandatario porteño se transfiguró en holograma deja muchos dispositivos para la reflexión, teniendo en cuenta que se trata del cuadro que, hoy por hoy, tiene más chances de encabezar un proyecto presidencial de una eventual unidad de la derecha. Por ello, la disociación entre sus acciones y palabras tiene mayor impacto en la proyección mental de su electorado, sobrecargado por las ideas de lo moralmente correcto y el rechazo a la corrupción y la mentira como formas de la política.
Rodríguez Larreta pertenece a un espacio que tomó la bandera de la presencialidad en las aulas como caballito de batalla para entablar la discusión pública con el oficialismo, lo que contrasta fuertemente con su ausencia física en el inicio de las sesiones legislativas. Ese ser y estar lejano se contrapone además con la pisada inaugural de la calle que significó la pandemia para los militantes liberales, que parecen haber entendido que la política es discurso e ideas, pero también poner el cuerpo.
Pero el discurso también es hacerse presente, decir aquí y ahora, yo, nosotros, ellos, signos vacíos que deben llenarse con voz y cuerpo que moldeen la ideología y le den una cara visible. De todas las ventajas que ofrece internet, la eficacia de la comunicación política no parece ser una de ellas (como tampoco lo es la impartición de conocimiento), porque ésta precisa, por ejemplo, de las manos (si lo sabrán Perón o Alfonsín… o hasta Galtieri) y Larreta sólo dejó ver hasta sus codos.
El de lay de la conectividad y la consecuente ambivalencia en la calidad del video corroen la gestualidad: el pestañeo se entrecorta, la sonrisa se desdibuja, la sequedad de los labios no se nota, el cruce de miradas directamente no existe. En la batalla discursiva, anular el cara a cara con el rival es una herramienta vital para quien se siente flaco de argumentaciones o bien sostiene estructuras de ideas sin contenido o con contenido de veracidad cuestionable.
La división entre el texto y el auditorio conlleva también la imposibilidad de interrupciones, abucheos y aplausos, como sí sucedió en el Congreso Nacional, donde el presidente Alberto Fernández mandó a callar a un diputado y la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner lanzaba miradas mientras se abanicaba: todo un aparato comunicativo.
Rodríguez Larreta, en cambio, prefirió la linealidad que evita malas interpretaciones y discontinuidades, al elegir un modelo de soporte mediado por la tecnología. Como dato pintoresco, el relator de la transmisión en vivo invitó al titular del Ejecutivo de la Capital Federal “a dirigirse al cuerpo”, dando pie a un acto discursivo despojado de la indeseable e inesperada aparición del error humano.
No hubo ingreso por las escalinatas, ni cruce mediático, ni mucho menos saludos protocolares. Como una clase típica de tiempos de pandemia, con sus apoyaturas en Power Point y todo, Larreta ni siquiera ocupó el centro del cuadro en el audiovisual. Recostado sobre la izquierda, pasó su vista por las páginas sin levantar la vista, gesto que indica al auditorio la existencia de un punto aparte y que se volvió inútil ante la ausencia del público, ni más ni menos que los representantes del pueblo votados democráticamente en elecciones libres.
Así dadas las cosas, la virtualidad abre el camino de la ficción. La distancia de 2.800 kilómetros entre Búzios y Buenos Aires se podría haber anulado gracias a Zoom y a la vez facilitar el recorte, la selección y, por ende, la transmisión de mensajes más direccionados y fáciles de entender. Hubiera permitido, por qué no, que Horacio Rodríguez Larreta alimentara su imagen de conciliador y dialoguista vestido de camisa, saco, corbata, traje de baño y ojotas… nunca lo sabremos. |