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De odios y odiadores

Publicado por
Gustavo López*

Intentaron asesinar a la Vicepresidenta de la Nación en vivo y en directo, y el magnicidio, además de terminar con la vida de una persona que es la líder política más importante de la región, nos hubiera conducido a una tragedia inconmensurable.

Frente a un episodio de una gravedad política e institucional que rompe el pacto democrático de 1983, el Nunca Más, la reacción de un sector de la política y de muchos medios de comunicación no sólo no estuvo a la altura de la crisis, sino que siguen jugando con fuego cuando la democracia y la convivencia pacífica penden de un hilo.

Corresponde a la Justicia investigar y aclarar todas y cada una de las circunstancias que rodearon al intento de magnicidio, pero sólo desde la política se puede recrear el pacto democrático y de convivencia.

En los últimos tiempos se fue generando un clima de odio y de intolerancia que terminó repercutiendo en sectores violentos de la población y crearon el marco propicio para este tipo de acciones. El discurso de odio siembra tragedias.

¿Cómo salir, qué se puede hacer? Sólo se sale desde la política.

En las últimas décadas tenemos grandes ejemplos, como el abrazo Perón – Balbín o el balcón de unidad de Cafiero y Alfonsín.

Balbín y Perón depusieron 30 años de desencuentros, fundaron la Hora del Pueblo y en un abrazo histórico hablaron de la “unidad de los argentinos”. Años más tarde, Antonio Cafiero no le preguntó al presidente Alfonsín cuál iba a ser su discurso en la plaza para saber si lo acompañaba o no. La democracia estaba en juego y los principales líderes políticos, juntos, evitaron la vuelta de los golpes militares.

Cafiero no dudó en acompañar a Raúl Alfonsín cuando la democracia estuvo en riesgo, tras los levantamientos carapintadas.

Todos vimos disparar el arma contra Cristina. Se nos detuvo el corazón y muchos pensamos que ante semejante tragedia, ante una crisis tan profunda, todos íbamos a comprender que la violencia genera violencia y que la tragedia argentina nos enseñaba el camino de la unidad.

Los repudios no se condicionan. La democracia y la convivencia no tienen peros y la política tiene una oportunidad, con el diálogo democrático y el aislamiento de los odiadores.

Muchos medios han contribuido de manera irresponsable a generar este clima irrespirable. Yegua, puta, chorros, vagos. La descalificación y la discriminación sin límites fueron parte esencial en la construcción del discurso y del imaginario. Alguien ya dijo que te atacan como partido político y se defienden con la libertad de expresión.

La Convención Americana de Derechos Humanos establece que la libertad de expresión y opinión no puede ser sujeto de censura previa, pero sí de responsabilidades ulteriores (art. 13.2). Y en el punto 5 del artículo señala que “está prohibida… toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituyan incitaciones a la violencia…”

En países como Alemania, después de los padecimientos del nazismo y el Holocausto, las expresiones de odio constituyen delitos penales. En nuestro país no sólo está vigente la Convención Americana con rango constitucional, sino que la ley de medios hace expresa mención a contenidos que inciten o promuevan tratos discriminatorios basados en raza, color, religión y opiniones políticas entre otras prohibiciones.

¿Qué significan que esos mensajes estén prohibidos? En principio, que no deberían emitirse. Como no hay censura previa, una vez emitidos son pasibles de sanciones administrativas y si constituyeran delito, ya es una cuestión de la Justicia.

El problema no se soluciona sólo con sancionar, el problema es la irresponsabilidad de los medios cuando incitan a la violencia, cuando violan la Constitución, las leyes o los tratados internacionales y creen que carecen de responsabilidad social escudándose en un derecho humano como es el de la libertad de expresión, que debe ser ejercido con responsabilidad. Por eso el debate público es tan importante, porque expone a cada quien a cara lavada.

De aquí sólo se sale desde la política. Cambiar el agravio por la idea, el insulto por la opinión, la discriminación por el respeto. La política es la representación del Pueblo y no puede estar sometida a los intereses corporativos, porque entonces deja de representar a los que más necesitan.

Sabemos que los medios defienden intereses económicos, sus propios intereses. Que la veracidad o la búsqueda de la verdad están condicionadas por esos intereses y que el ataque a determinados sectores políticos y sociales también responde a la misma lógica. Pero vale la pena seguir haciendo el intento de reconstruir esta democracia dañada, porque en definitiva estamos en el mismo barco y el iceberg no distingue a la hora de los hundimientos.

(*) Vicepresidente del Enacom, Presidente de FORJA
Nota de opinión publicada originalmente en Revista Hamartia.