Surgido de la dinastía que a inicios de siglo ahuyentó al fantasma del Fondo Monetario Internacional y que, además, hizo de ello un símbolo de su construcción política, el diputado Máximo Kirchner abre con su dimisión un abismo de posibilidades para el futuro del gobierno de Alberto Fernández.
En su primera aparición pública, el 13 de septiembre de 2014, el propio Gladiador de La Cámpora reflejó –frente a los soldados del Pingüino que colmaron el coliseo de Argentinos Juniors– que el desendeudamiento había sido “la marca indeleble” del gobierno de su padre.
De aquel sello a este desmarque parece rimbombante el rumbo del heredero K, aunque las señales dadas desde la asunción del Gobierno así lo desmientan.
Es que el rechazo de Máximo a continuar como jefe del bloque del Frente de Todos en la Cámara baja es sólo el punto cúlmine de una relación por conveniencia que se viene esmerilando entre la pragmática peronista del kirchnerismo y la diplomacia alfonsinista del albertismo.
En ese experimento frentista, ideado por la reina del juego de tronos de la Argentina de hoy, Cristina Fernández de Kirchner, las distintas fuerzas que conforman el oficialismo buscan darle su propia impronta a un Gobierno que, a dos años de asumido y dos en el porvenir, está lejos de haber cumplido las expectativas de su electorado.
Es en esa premisa en la que se paran madre e hijo, quienes con sus actos semióticos de pulgares a medias parecen tener la vara con la que suben y bajan el dedo a los accionares de un presidente que casi nunca hace alusión a la simbología peronista y, por el contrario, se regodea en la del padre de la democracia cada vez que puede. Una estocada al corazón de los puristas del Gobierno.
El des-ajuste
Más allá de los entretelones privados de la política, los desvaríos comenzaron a tomar estado público minutos después de que la Junta Nacional Electoral confirmó que Juntos por el Cambio había superado al peronismo en las elecciones legislativas de noviembre de 2021 en casi todo el territorio nacional.
Sobre el escenario del búnker, al lado de Alberto Fernández estaba el príncipe Máximo, el único de los presentes que no aplaudió la incitación del Emperador a tomar aquella derrota como un triunfo para festejar.
Sin embargo, y a pesar del pedido del jefe de La Cámpora para que no se realizara el acto en Plaza de Mayo, el alfonsinista llamó a sus fieles a colmar las calles por el Día de la Militancia, fecha clave de la historia peronista.
Los desajustes e incomunicaciones entre los miembros de la coalición gobernante se tradujeron en una floja convocatoria de unas 80.000 personas en la que Fernández fue el único orador y Máximo, el último en aparecer. Ese día, la columna de La Cámpora llegó a la plaza cuando el Emperador ya había culminado su discurso.
Entre ese acto y el del 10 de diciembre, en el que se mostraron en unidad para celebrar el Día de la Democracia y los Derechos Humanos, que recuerda la vuelta a las urnas de la mano del ídolo albertista Raúl Alfonsín, llegó la carta en la que CFK se despegaba del ajuste o, como lo llamó, la subejecución del presupuesto por parte del ala blanda del Frente de Todos, encabezada por el ministro de Economía, Martín Guzmán.
Para ese día, el Gladiador Pingüino llamó a “llenar en serio” la Plaza de Mayo, en un mensaje que –se leyó entre líneas– iba destinado al presidente de la Nación.
El des-acuerdo
Apenas cinco jornadas después, el día 15, el heredero siguió ensanchando la grieta interna en medio de las negociaciones que llevaba adelante el titular del Palacio de Hacienda, al decir que “no puede tener una actitud tan golosa el FMI” y pedirle al Ejecutivo nacional “gestos claros, concisos y prácticos”.
Si bien reconoció que “cualquier acuerdo que haya va a ser mejor” que el de Mauricio Macri, Máximo lanzó su advertencia: “Si los recursos que generamos los argentinos se van a ir en deuda externa, vamos a tener un gran problema y eso la sociedad tiene que tenerlo muy en cuenta”.
Por eso cabe preguntarse si acaso la insistencia por parte de Guzmán y Alberto de negar la posibilidad de un ajuste de la economía y, por ende, de los bolsillos de los argentinos, iba destinada a la sociedad o a sus propios socios políticos, que parecen tener todas las intenciones de dejar en claro que ellos no serán los responsables del eventual fracaso del pacto rubricado entre el Gobierno nacional y el organismo multilateral de crédito.
Si así fuera, la semántica kirchnerista quedaría severamente averiada, lo que vuelve una necesidad intrínseca la preservación de ese campo discursivo, sobre todo de cara a las aspiraciones re-eleccionarias del Frente de Todos para 2023.
Como para que algún desprevenido oficialista no lo asemejara con el arreglo al que ahora llegó Alberto Fernández, Máximo se encargó de diferenciar lo hecho por el gobierno de Néstor Kirchner, ya que el ajuste “no ocurrió en 2005 cuando el presidente le pidió un gran sacrificio a la sociedad y canceló la deuda con el Fondo Monetario Internacional”.
Para el Gladiador pingüinista, las críticas hay que tomarlas como de quien vienen y, basado en esa premisa, pide ser escuchado por el peso específico que el kirchnerismo tiene en el gobierno: “Somos muy representativos, no es una persona que va a la tele. Parte de la ponderación de las voces viene de la representación que se tiene”, lanzó.
Por su parte, Alberto Fernández devela muy seguido que su importancia dentro del frente está supeditada al pulgar de Cristina Fernández de Kircher, ya que debe ratificar, a cada rato, que él es el presidente y el que toma las decisiones de gobierno.
Así las cosas, con su actitud, Máximo Kirchner abre la puerta para que la oposición levante el mentón. Antes de su dimisión como jefe de bloque, desde Juntos por el Cambio dejaron trascender un comunicado en el que expresaban su beneplácito por el acuerdo, mientras que después de conocido que el Gladiador le había bajado el pulgar, se comenzaron a oír voces que ponían en duda el acompañamiento en el Congreso.
En este circo romano, a sabiendas que no es posible el quiebre del Imperio, cada sector de la coalición intenta sacar pequeñas ventajas según el momento que se transita.
Lo cierto es que la situación, que podría tomarse como natural en los movimientos internos de una fuerza política, hacen tambalear la prosperidad del entendimiento entre Kristalina Georgieva y el Gobierno, puesto que, dato no menor, se especula con cuál será la dirección del pulgar del propio Máximo y la veintena de diputados que le responden: ¿La negativa o la vía abstencionista? |