Alimentos, inflación y salarios ¿una política enfrascada? – Negocios & Política
 

La semana económica |Alimentos, inflación y salarios ¿una política enfrascada?

Un país con la capacidad de alimentar a 400 millones de personas, 10 veces su población, no puede contener el alza de precios de productos esenciales que impulsan mes a mes la inflación y carcomen los ingresos. ¿De dónde venimos y cuán efectiva puede ser la empresa argentina de alimentos que diseña el Gobierno?
Ana Belén Ehuletche
Análisis
Ana Belén Ehuletche
Análisis

Antes de 2020 muchos analistas comparaban la inflación con la viruela, una enfermedad letal que provocó cerca de 500 millones de muertes en el siglo XX y logró ser erradicada. El paralelismo, ponía en evidencia que algo no estaba funcionando bien en la Argentina que acumuló 13.000% en los últimos 30 años.

Paradójicamente, la economía de la post-pandemia aparece marcada como la “era de la inflación”, incluso para los países de mayores ingresos. Lejos de ofrecer recetas al mundo sobre cómo atacarla, la Argentina –todavía–, no le encuentra la vuela y parece recurrir a medidas que son “más de lo mismo”.

Desde principio del siglo XX la situación ha sido muy variable con períodos de deflación y picos de tres dígitos en 1959 (129,5%), 1976 (444%), 1984 (626,7%) y 1985 (672,2%) hasta llegar a la hiperinflación (3079%) en los 80’, durante la presidencia de Raúl Alfonsín. La ley de convertibilidad de Domingo Cavallo equiparó el valor del peso argentino con el dólar. Sí, permitió bajar los niveles de inflación prácticamente a cero, pero, como cuando se destapa una olla a presión, concluyó en el estallido económico, político y social de 2001 que la hizo crecer velozmente en torno al 25%. 

En adelante, con una economía en vías de recuperación permanente ningún Gobierno pudo colocarle el cascabel al gato. Con “viento de cola” o “viento de frente” la inflación es una constante que carcome ingresos, salarios, rentabilidad e, incluso, el crecimiento económico. 

Mientras el mundo se alertaba por la evolución de precios, en 2020, a costa de restricciones por la crisis sanitaria y sin renegociar el endeudamiento millonario con el FMI, el Gobierno de Alberto Fernández logró bajar de 54 a 36,1% la inflación que había heredado de Mauricio Macri. Sin embargo, en 2021, con el 100 % de las actividades en marcha, 12 de 14 sectores industriales con signos de recuperación (+13,3% interanual) ​y récord de exportaciones (US$ 77.934 millones), la inflación volvió a superar la barrera de los 50 puntos.

Otra vez, esta semana llegó el dato, para nada reparador de inflación y confirmó lo que el propio titular de Comercio Interior, Roberto Feletti, había advertido: 3.9%. Casi 4 puntos en el primer mes del año, lo que se traduce en otros 50 para los más optimistas, pero permite proyectar, tranquilamente, en un mundo azotado por el incremento de precios de las commodities, que puede avanzar unos 10 puntos más.

Pero hay más, aunque enero no cargó con el 9% de aumento de combustibles -que llegó en febrero- o el 20% de tarifas que se está definiendo para marzo, el costo de la canasta básica de alimentos creció 4,2%, tres décimas por encima de la inflación, pese a que el Gobierno puso pies y manos para contener, específicamente, la evolución de los productos de consumo masivo.

No alcanza el congelamiento, los precios cuidados o más cuidados, entonces, se continúa en la misma línea buscando que las herramientas de regulación lleguen a mayoristas y minoristas. Más promesas mientras los salarios formales dan pelea mes a mes y los informales subsisten a la baja. Los funcionarios que diseñan las acciones asumen la multicausalidad de la problemática como toda una novedad, pero insisten con la profundización de herramientas que ya ni siquiera entusiasman.

Entonces como el as que sale de abajo de la manga comienza a diseñarse la Empresa Argentina de Alimentos, que –en teoría– parece bordear lo ideal: una sociedad anónima con 51% de participación estatal que permita procesar la inmensa cantidad y variedad de materia prima que produce el país, a precio “razonable”.

Una nueva estrategia que busca saldar una deuda, la de la pobreza que afecta a la mitad de la población en la Argentina y garantizar un derecho básico, el acceso a la alimentación. En un país con capacidad para producir alimento para 400 millones de personas, el hambre o la desnutrición no deberían ser más un problema estructural.

Lo evidente. No hay problemas de escasez de alimentos, no somos India, Haití o Venezuela, lo que falta es competitividad para que el mercado interno compita con las exportaciones con mayor igualdad. En ningún plano exportar, que genera ingreso de divisas, puede significar una “maldición”, sino lo inverso: más riqueza, más empleo genuino e inversiones y una consecuente reducción de la carga fiscal y posibilidades de ahorro efectivos.

Aquí también, para que “Alimentos Argentinos” funcione, sin transformarse en una nueva bola de subsidios, hará falta innovación. Abrir el frasco que contiene viejas recetas, “saltar la grieta”, dejar a un lado las antinomias y “taras ideológicas” que nos llevan hacia atrás e impiden pensar fuera de la emergencia y la crisis del día a día. Quizás, con esas condiciones, la rueda gire a otra velocidad. |

    Vínculo copiado al portapapeles.

    3/9

    Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur adipisicing elit.

    Ant Sig