El espectáculo está de luto: falleció Arturo Bonín – Negocios & Política
 

Respeto y admiración |El espectáculo está de luto: falleció Arturo Bonín

Adorado por el público y sus pares, el actor de inmensa trayectoria cerró su lucha contra el cáncer de pulmón, por el que dio una larga batalla. Su último trabajo fue en la tira La 1-5/18, pero dejó un legado inigualable. Su historia en breves párrafos.
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El mundo del espectáculo lamenta la partida de un actor de carácter que pronto logró dejar su huella en televisión, el cine y el teatro, pero también en el corazón de quienes lo acompañaron en sus diferentes trabajos. Arturo Bonín murió luego de que un cáncer de pulmón fuera jaqueando su salud hasta una desmejoría que se hizo evidente los últimos días. Con sus 78 años estaba acompañado por Susana Cart, quien fuera su esposa desde hace casi 45 años, y sus dos hijos.

Siempre innovando, siempre activo, hasta hace poco buscaba tutoriales en línea para hacer una “mesa especial” en su casa cuando le dieran el alta en el sanatorio. Pero la muerte fue más fuerte y se llevó hasta las aspiraciones de poder realizar una última obra teatral para compartir con su mujer en junio.

Internado continuaba mandándoles fotos de su nieta más pequeña a todos sus amigos. No paraba nunca. Pensaba, planeaba, generaba, analizaba. Por eso a lo largo de su extensa labor como actor hizo más de 50 películas, más de 60 obras teatrales, y más de 40 programas televisivos que lo convirtieron en una figura popular adorada por el público.

A través de más de 60 años de trayectoria fueron muchos los papeles que le dieron fama y prestigio. En el cine cabe recordar su interpretación protagónica de Enzo Bordabehere, en la película argentina Asesinato en el Senado de la Nación, donde junto a Pepe Soriano (quien encarnaba al también senador nacional Lisandro de la Torre) recrearon los hechos ocurridos durante la presidencia de Agustín P. Justo, que terminaron desembocando en el lamentable asesinato de Bordabehere.

También fue un punto de inflexión su trabajo en Otra historia de amor, la ópera prima de Américo Ortiz de Zárate, la segunda película del cine nacional que ponía en un lugar central el inquebrantable lazo afectivo entre dos hombres. “En principio lo que hago es poner en duda todo y después pensar. Pienso que en mi carrera elegí cosas en las que había una búsqueda, aunque no tenía con qué compararlo. Cuando me propusieron hacer Otra historia de amor, yo tenía amigos que vivían en pareja desde hacía 15 años y pensé cómo no iba a contar esta historia si es algo que sucede. Eran personas que tenían que vivir su amor de manera marginal”, comentó a este diario.

Bonín amaba contar cuentos, relatar historias y repetir anécdotas. Esos relatos llenaban sobremesas, tardes de mates, pausas en grabaciones y previas teatrales. Tal vez por eso sea tan recordado su rol como narrador en Yo fui testigo, una serie de televisión emitida entre 1986 a 1989 que tenía por tema en cada episodio un acontecimiento real ocurrido en el país o la biografía de un personaje con trayectoria pública, que se desarrollaba entrecruzando el periodismo y la ficción, con guiones de Ricardo Halac y Juan Carlos Cernadas Lamadrid.

Si bien nació en el barrio porteño de Villa Urquiza, vivió su infancia y juventud en Villa Ballester, al norte del Gran Buenos Aires, donde comenzó su amor por la actuación. “Estudiaba química para la alimentación en un industrial de Floresta y, un día, mi amigo Rodi me contó que en el Comercial [Manuel Belgrano] de Villa Ballester, donde yo vivía, daban clases de teatro los sábados a la tarde. Lo único que pregunté fue: ¿Y ahí hay minas? Como me dijo que sí, que había un montón, fui y mentí: dije que era alumno de ese colegio y me creyeron”, comentó hace algunos años en el diario Clarín. Siempre recordó que cuando le contó a su padre que quería ser actor, lo llevó urgente al médico para que lo “curen”. El profesional lo calmó y le sugirió que confíe en la vocación del pibe. En su juventud trabajó como vidrierista, incluso cuando ya se dedicaba al teatro independiente.

Comenzó su carrera de actor en el circuito teatral independiente, incluso como parte de la cooperativa de trabajo del Teatro del Centro, allá en los años 70. Entre sus primeras obras, caben citarse Show Watergate, El diario de Watergate, ¿Cuánto cuesta el hierro?, la primera versión de Esperando la carroza, entre otros. Su rostro se hizo familiar en la pantalla gracias a un comercial de galletitas que tuvo tanta repercusión que lo llevó a sentarse en la mesa televisiva de Mirtha Legrand.

Siguió haciendo muchísimas publicidades que perduraron en el tiempo (otra inolvidable fue la de una afeitadora) hasta que entró de lleno a la televisión con papeles protagónicos en telenovelas como Romina Bianca, La señora Ordóñez, Regalo del cielo y De corazón. También encarnó personajes inolvidables en ciclos como Rebelde Way, donde tuvo una destacada actuación como el director del ficticio establecimiento educativo “Elite Way School”; Dulce amor, donde interpretó al entrañable kiosquero de barrio padre de la protagonista; Alta comedia, La hermana mayor, Nueve lunas, Muñeca brava, El hombre, Los buscas de siempre, Amor mío, Collar de esmeraldas, La ley del amor, Vidas robadas, Televisión por la justicia y muchísimos otros ciclos de ficción. Sus últimos trabajos fueron en la tira La 1-5/18, donde encarnó al padre Ciro; y en la serie La persuasión, en la TV Pública, donde compartió elenco con su esposa. En 1991 recibió el Premio Konex por su labor televisiva en la década del 80.

“Actuar es viajar para adentro, es reconocer las resonancias que hay dentro de uno, dentro mío, de cada uno de estos personajes que me toca interpretar. Poder tener la generosidad de prestarle mis miserias a los personajes, ser lo más auténtico posible en ese sentido”, dijo hace poco en una entrevista.

La pantalla grande le dio notoriedad y prestigio, sobre todo, en los años 80 y 90. Amaba el cine y eso se notaba no sólo en sus interpretaciones, sino también en su rigurosidad y pasión. “Hay una película que vuelvo a ver cada vez que estoy angustiado: Zorba, el griego. La he visto cientos de veces. Conozco cada escena de memoria, pero cuando llega el final y la violencia arrasó, los dos personajes lo han perdido todo, están entre escombros y rotos y Zorba, interpretado de una manera magistral por Anthony Quinn, se pone a bailar y hace ese baile tan famoso, yo me largo a llorar. Se hizo mierda todo, pero ellos bailan. El libro de la película lo leí a los 17 años y me generó una emoción incontenible. El arte sirve para eso, para vivir”, recordó en una entrevista.

A Bonín le gustaba cocinar para su familia y amigos, fue un maravilloso anfitrión. Podía poner su equipo de música, cerrar los ojos y escuchar los tangos de Osvaldo Pugliese o el Cuchi Leguizamón así como algún álbum de Creedence o de León Gieco para transportarse a pensamientos abstractos, como si fuera su mantra diario.

Fue un militante del teatro independiente y referente del ciclo Teatro por la Identidad, de convicciones férreas, ético y de principios inquebrantables. “Amo contar cuentos y me encanta encontrar cómplices para hacerlo. También me gusta que mi trabajo sea colectivo. Por eso nunca voy a las entregas de premios. No me gusta competir con mis compañeros. Eso es algo que imponen otros, de afuera, pero yo no lo hago. El teatro compite contra el individualismo, la meritocracia y las formas excluyentes del otro. Yo no me expongo en premios que digan ganaste, perdiste o sos mejor o peor que otros”, reconocía. Los restos de Arturo Bonín no serán velados y mañana se trasladarán al cementerio de la Chacarita, en una ceremonia íntima.|

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    Ant Sig