Bailarina, espía y activista: ¿quién es la primer mujer negra que figurará en el Panteón francés? – Negocios & Política
 

La vida de una luchadora |Bailarina, espía y activista: ¿quién es la primer mujer negra que figurará en el Panteón francés?

Casada cuatro veces, adoptó 12 niños y tuvo decenas de amantes. Era la representación del Art Deco, del exceso, del jazz y de la modernidad que hoy, el presidente Francés, Emanuel Macron pretende revalorizar. Te contamos la historia de Josephine Baker, la mujer que nació en la miseria y acabó poniendo París a sus pies.
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Una tarde de julio Diana Vreeland, la legendaria editora de Harper's Bazaar y Vogue, acudió a un cine de Montmartre para ver una película sobre soldados de la Legión Extranjera perdidos en un oasis en el desierto. Cuando se encendieron las luces descubrió que había estado sentada al lado de un hermoso guepardo. No, no había saltado de la pantalla como un personaje de La rosa púrpura de El Cairo, era Chiquita, la acompañante de la más célebre aún Josephine Baker.

La bailarina había llevado al cine a su amiga felina para que pudiese ver a sus congéneres en la pantalla. A la salida del cine las esperaba un imponente Rolls Royce blanco y plateado. Cuando el chofer abrió la puerta Chiquita dio un gran salto y se acomodó en la parte de atrás mientras Baker, enfundada en un sensual vestido de alta costura de Madeleine Vionnet, se acomodaba a su lado con unos movimientos igual de felinos. Vreeland fue consciente de que acababa de ser testigo de la encarnación del espíritu de su tiempo. Aquella mujer negra era el Art Decó, el exceso, el jazz, la modernidad. Quién podría imaginar que aquella “diosa de ébano” como pomposamente la aclamaba la prensa se había criado rebuscando alimento entre los cubos de basura.

Unos orígenes poco sorprendentes para una mujer que había llegado al mundo a principios del siglo XX en un pueblo de Misuri. A los siete años ya trabajaba para ayudar a su madre y dormía en una caja de madera en el sótano de su empleadora con la única compañía de un perro tullido al que llamaba Tres Patas y un gallo blanco llamado Tiny Tin, al que tenía que evitar un destino en la olla cada día. Sabía que las amenazas de cocinarlo eran reales. Según se recoge en la biografía de Peggy Caravantes The Many Faces of Josephine Baker: Dancer, Singer, Activist, Spy, un día que tuvo un descuido en la cocina, su jefa le metió las manos en una olla de agua hirviendo para que aprendiese y se despertó en el hospital.

Vivía tiempos brutales, especialmente para los negros. Cuando tenía once años presenció la masacre de San Luis. Durante dos días de julio de 1917 los blancos asesinaron centenares de negros, quemaron sus casas y expulsaron a más de 6.000. Baker y su madre se libraron de la purga, pero vio amigos morir ante sus ojos y aquellas imágenes no se borraron nunca de su mente.

A los trece años y casi emancipada, rebuscaba comida en los cubos de basura y trabajaba como camarera en el Old Chauffeur's Club donde conoció a Willie Wells, un músico con el que se casó ese mismo año, pero la relación apenas duró unos meses y no tardó en divorciarse. Josephine sabía que si algo podía sacarla de la pobreza era su don para el baile y en cuanto le dieron la oportunidad para subirse a un escenario, no volvió a bajar. 

A los catorce años se unió a un trío de artistas callejeros y girando por todo el país, conoció a Willie Baker, un guitarrista de blues, con quien se casó poco después. Su segundo matrimonio tampoco duró, para desesperación de su madre que no quería que su hija fuese artista, pero Baker tenía menos ganas de ser una mujer casada que de ser una mujer independiente y desoyendo a su madre se fue a Broadway y dejó a su marido, pero se quedó con su apellido.

Empezó a ganar cierta fama gracias a un número con truco: durante la actuación se movía de forma patosa como si fuese incapaz de seguir a sus compañeras, pero cuando se acababa el show volvía a entrar y lo repetía con dificultades añadidas. Se convirtió en la bailarina mejor pagada del vodevil y acuñó un baile propio en el que se descoyuntaba como si cada uno de sus miembros bailasen un ritmo distinto mientras bizqueaba y cruzaba sus piernas, una mezcla entre Lina Morgan y una posesión infernal. Era una bailarina heterogénea, divertida y sexy a la vez. Aunque ella no se veía así "¿Hermosa? Todo es cuestión de suerte. Nací con buenas piernas. En cuanto al resto... hermoso, no. Divertido, sí", respondía cuando se referían al erotismo que desprendía.

Su nombre no pasó desapercibido en la capital del mundo del espectáculo, París, desde donde le llegó una oferta. Ganaría 250 dólares por semana y sería la estrella absoluta del show la Revue Nègre, un número cargado de estereotipos raciales a ritmo del jazz de Sidney Bechet (uno de los músicos favoritos de Woody Allen, tanto que incluso le puso su nombre a una de sus hijas). Su espasmódica forma de bailar y su cuerpo desnudo cubierto tan sólo por una escueta falda de bananas de tela, extasiaron a los parisinos y se convirtió en un éxito fulminante que generó imágenes icónicas que más de 70 años después homenajearía Beyoncé, una de sus grandes fans.

Eran los tiempos del Art Deco y de la reinvindicación del arte africano, y para reforzar esa conexión su productor incorporó al espectáculo una impresionante hembra de guepardo a la que llamó Chiquita. Cuando el show se terminó, Baker se quedó con Chiquita, la vistió con un costoso collar de diamantes y se hicieron inseparables. No fue su único animal de compañía. Tenía una cabra llamada Toutoute que vivía en el camerino de su club nocturno, un loro con el que hablaba antes de salir a escena, una boa y un cerdo llamado Albert que vivía en su cocina y a quien perfumaba con Je Reviens, el perfume más chic del momento.

Podía permitirse cualquier excentricidad, era la reina del Folies Bergére, la diosa del epicentro intelectual del mundo y todos la adoraban, los parisinos y los expatriados como Hemingway o Picasso. Para parecerse a ella mujeres parisinas se untaban crema de nueces –irónicamente años antes ella había tratado de aclarar su cuerpo y su pelo con zumo de limón–. 

Todos los días recibía propuestas de matrimonio de sus decenas de pretendientes. Uno de ellos era el Conde Pepito de Abatino, como se hacía llamar pomposamente el que realmente era Guiseppe Abatino, un albañil siciliano. A Baker le daba igual su origen, le gustaban sus ojos profundos y su boca carnosa y se convirtieron en inseparables. El conde Pepito era tan teatral que cuando un capitán de la caballería húngara le hizo ojitos a Baker lo retó a un duelo, se enfrentaron con espadas en un cementerio y Pepito resultó herido. No era el mejor espadachín, pero manejó bien la agenda de su amada. Juntos abrieron la discoteca Chez Joséphine, que se convirtió en otro de los centros de referencia de la noche parisina. Aunque no podían casarse porque Baker seguía casada con su segundo marido, él se convirtió en su esposo in pectore. Lo que no significa que le fuese fiel: tuvo romances con decenas de hombres y unas cuantas mujeres.

Ya en su juventud en Estados Unidos había tenido varias relaciones con artistas coetáneas, como explica su hijo Jean Claude Barker en la biografía Josephine: The Hungry Heart. Aquellos amores eran frecuentes, las mujeres del espectáculo se unían para protegerse de jefes brutales que en lugar de pagar pretendían cobrar en carne. El color púrpura nos contó algo de aquello. En París también tuvo un puñado de amantes entre las que se encontró Colette, perejil de todas las salsas parisinas, y a aquella dualidad amorosa dedicó su canción más famosa, J’ai Deux Amours (Tengo dos amores), aunque los más inocentes creyeron que se refería a EEUU y Francia.

En 1935 volvió a Estados Unidos. Había triunfado en Francia y quería probar suerte en su propia tierra, demostrar a dónde podía llegar una niña paupérrima de Misuri, pero los tiempos no habían cambiado tanto y volvió a sentir el desprecio de sus compatriotas. La revista Time machacó su actitud demasiado altiva ante los blancos y se veía obligada a entrar en su hotel por la puerta de atrás.

Además el enorme tamaño de los teatros en los que actuó no era el más adecuado para su escaso registro vocal. Su espectáculo estaba más orientado a los pequeños teatros europeos y fracasó por primera vez en su vida. Ella culpó a Pepito del desastre, lo que no sabía es que él estaba gravemente enfermo. Falleció antes de que el espectáculo fuese cancelado.

Retornó a Francia decidida a no volver a Estados Unidos y poco después conoció a Jean Lion, un industrial parisino. Se casaron y ella adoptó la nacionalidad francesa, pero de nuevo su matrimonio no llegaría a un año. Su regreso supuso un nuevo éxito. Janet Flanner, la cronista de The New Yorker en París, describió su nuevo espectáculo en el Olympo en París era ayer (Alba Editorial): “tiene tantas escaleras como un sueño freudiano, posee coros de bailarines importados de Inglaterra, un ballet ruso completo, palomos amaestrados, un guepardo vivo, montañas rusas. el más bonito decorado veneciano del siglo, hectáreas de hermosos vestidos, los cuatro mejores bailarines de can can en cautividad, un número de suspense en el que Miss Baker es rescatada de un tifón por un gorila y un ballet aéreo de pesadas señoras italianas rebotando sobre alambres”.

Flanner había estado como medio París entre los que habían visto el debut de Baker en el Teatro de los Campos Elíseos, pero se había sentido tan turbada por aquel espectáculo que no fue capaz de escribir sobre él. En la puritana América habrían pensado que estaba loca. ¿Una mujer bailando desnuda cubierta sólo por plátanos?, ¿una mujer negra siendo la artista más cotizada de la capital cultural del mundo?

Un año antes de que los nazis invadieran París recibió la visita de un miembro de la inteligencia francesa. Conscientes de que su popularidad le permitiría acceder a cualquier lugar pretendían reclutarla para su servicio de espionaje. Su respuesta fue: "Francia es el país que me adoptó sin reservas. Estoy dispuesta a dar mi vida por ella". No tuvo dudas. Mientras la mayoría de expatriados abandonaban París rumbo a Estados Unidos, Baker continuó con su show. Y no solo eso, después de su actuación iba a un refugio para personas sin hogar para ayudar a los necesitados. No olvidaba sus orígenes.

Cuando los nazis entraron en París se convirtió en uno de los miembros más ilustres de la Resistencia. Sus actuaciones eran la mejor excusa para que pudiese desplazarse por una Europa en guerra y su estatus le permitía acceder a las embajadas y las casas de los ricos y poderosos, en definitiva, a los centros de poder. Allí exhibía su proverbial simpatía y todos hablaban de más, cantaba y bailaba y se iba con información importante escrita con tinta invisible en sus partituras y documentos guardados en su ropa interior. Nadie la registraba, le pedían autógrafos. Viajó por toda Europa y parte de África, en Casablanca colaboró con una red que permitía la huida de judíos a Sudamérica. Además de su trabajo como espía, Baker se ofreció voluntaria para la Cruz Roja como enfermera y como piloto. Pero su ayuda también fue más mundana. Además de jugarse el pellejo espiando cantaba y bailaba para las tropas, gratuitamente, por supuesto.

Durante su trabajo clandestino en el norte de África sufrió un aborto espontáneo. No era el primero, pero estuvo a punto de matarla. Le provocó una infección tan grande que tuvieron que hacerle una histerectomía completa. Por su heroísmo el ejército francés le otorgó la Legión de Honor y de la Cruz de Guerra. Tras el final de la contienda se casó nuevamente, esta vez con el músico Jo Bouillon.

Aunque sabía que en Estados Unidos no tenían la misma consideración por su persona, volvió de nuevo a principios de los 50. En Nueva York se le negó el acceso a 36 hoteles por el color de su piel, lo mismo sucedió en Las Vegas. A pesar de ello, estaba convencida de triunfar en su tierra. Inició una gira en la que había una cláusula ineludible: no actuaría en locales segregados sea cual fuese la cantidad que le ofrecieran. En Miami le ofrecieron un cheque de 100.000 dólares pero se negó: tuvieron que aceptar la presencia de hombres y mujeres negros entre el público o la diva se iría. La gira estadounidense de Baker culminó con un desfile frente a 100.000 personas en Harlem para honrar su título de "Mujer del Año" de la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color.

Para celebrarlo fue a cenar al Stork Club uno de los restaurantes más exclusivos de Nueva York y allí volvió a darse cuenta de la diferencia entre Europa y su país de origen. Después de una hora de espera sin que nadie la atendiera se fue humillada. No fue la única mujer que abandonó en el local enfadada, a pocas mesas de distancia una joven rubia había presenciado la escena y había reconocido a Baker; se levantó, la agarró del brazo y salió con todos sus amigos no sin antes jurar que no volvería nunca más al local. Aquella joven que empezaba a ser conocida por sus papeles en televisión se llamaba Grace Kelly.

Donald Spoto describe el incidente en High Society: The Life of Grace: “estaba tan indignada por esta exhibición de racismo que corrió hacia Baker, a quien nunca había conocido, la tomó del brazo y salió con su propio grupo de amigos, diciéndole a la prensa que nunca volvería a Stork Club ; ella nunca lo hizo. Grace Kelly y Josephine Baker se hicieron amigas en el acto.”. No fue la última vez que correría en su ayuda.

Baker no se correspondía con el estereotipo de mujer negra que los norteamericanos querían ver, su modelo de negra integrada era Hattie McDaniel, estrellas que sufrían en silencio también fuera de la pantalla. No querían mujeres orgullosas que les enfrentaran a la realidad de su propio país. El imperio más grande del mundo, tan orgulloso de su libertad, era todavía una tierra donde los negros eran esclavos de su color, tanto en Misuri como en la moderna Nueva York. Pero tampoco los negros de Estados Unidos sentían devoción por ella. Pensaban que su actitud demasiado emancipada y directa les dañaba, no sabían que ella llegaba del futuro.

El periodista Walter Winchell, la voz airada que retumba en el salón de la familia Levin en La conjura contra América, fue uno de sus más furibundos enemigos. La llamó comunista, lo peor que se podía decir en ese momento de alguien y también Josephaux, (Josefalsa) y ramera negra. Su visa de trabajo fue cancelada y tuvo que abandonar los Estados Unidos. Tardó una década en poder volver a su tierra.

Ella sabía que las razas podían convivir y para demostrarlo realizó su propio experimento: adoptó a 12 niños de países de todo el mundo: de Argelia, Colombia, Finlandia, Francia, Israel, Costa de Marfil, Corea, Marruecos, Japón y Venezuela. Distintas nacionalidades, razas y edades y se instalaron en el Château des Milandes en el valle de Dordoña en Francia. Se conocían como La Tribu Arcoiris, en honor a las doce tribus de Israel, un modelo que fue mencionado como referencia por Angelina Jolie y que resultó muy controvertido porque Baker cobraba a los visitantes por ver cómo su troupe vivía unida y sin problemas, incluso realizaban pequeñas actuaciones para deleitar a los visitantes que podían alojarse en las habitaciones de aquella pequeña ONU. Sus finanzas empezaban a estar muy deterioradas. Tenía un cuerpo para el baile y un corazón para los necesitados, pero no una mente para los negocios. En 1961 se divorció por cuarta vez y poco después se declaró en bancarrota.

En medio de sus problemas económicos tuvo una alegría. Estados Unidos le levantó el veto y pudo asistir a la legendaria marcha de Martin Luther King. El día que el líder negro pronunció su célebre “Yo tengo un sueño...” ella estaba allí, orgullosa y ataviada con su uniforme militar y sus condecoraciones. Fue la única mujer que habló ante los 300.000 asistentes al acto.

Fue un oasis en la tormenta. Un año después sufrió dos infartos y una embolia debido al estrés. Debía más de medio millón de dólares y acabó compartiendo una habitación del castillo con sus 12 hijos mientras vendía todas sus posesiones. Tuvieron que desalojarla a la fuerza y permaneció siete horas sentada a la puerta de su castillo sola y bajo la lluvia, una imagen que conmocionó a Francia: su gran estrella estaba literalmente en la calle. Pero, como había pasado casi dos décadas antes, una mujer le ofreció su brazo para apoyarse: su amiga Grace Kelly. Convertida ya en la Princesa Gracia de Mónaco, le consiguió una casa de cuatro habitaciones en el Principado y junto a su marido Rainiero la ayudó a relanzar su carrera. De nuevo conquistó al público, durante la conmemoración de sus 50 años sobre el escenario se agotaron las entradas y hubo que utilizar sillas plegables. Entre los asistentes estaban Liza Minnelli, Diana Ross, Sophia Loren y Mick Jagger.

También tuvo tiempo de volver a España donde había actuado al principio de su carrera. Esta vez llegó invitada por Sara Montiel, tal como recogió el nodo de la época. Sara era otra de sus más fervientes admiradoras y quiso que Baker fuese la primera invitada de su show “Saritísima”. "Teniéndola en mi espectáculo he cumplido una de mis mayores ilusiones profesionales" declaró y añadió que al igual que la americana a ella también le gustaría seguir actuando pasados los sesenta y adoptar varios niños. Cumplió ambas cosas.

Su espectáculo Bobino la llevaba otra vez al centro de París. No había nada más importante en 1975 que el retorno de la Baker. Las críticas fueron unánimes: seguía siendo inmensa, ya no era el poderoso junco que había cautivado a la sociedad parisina de los años veinte, pero era una diva, su diva, uno de esos americanos incomprendidos en su país que los galos abrazan con fervor como si sólo ellos pudiesen percibir su magia, como Jerry Lewis o Woody Allen. 

Cuatro días después del estreno, el 12 de abril, la encontraron muerta en su cama rodeada de sus críticas. Había sufrido una embolia. Su funeral tuvo honores militares y fue multitudinario, en primera fila estaba su buena amiga Grace Kelly. Su cuerpo fue enterrado en Mónaco. Su espíritu, su tesón y su lucha ya forman parte de la leyenda y su máxima ambición sigue sin cumplirse: "Seguramente llegará el día en que el color no signifique más que el tono de la piel, cuando la religión se vea solo como una forma de hablar del alma, cuando los lugares de nacimiento tengan el peso de tirar los dados y todos los hombres nacen libres ".|

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