Minado de dosis cada vez más reducidas de credibilidad, se acomodó frente a las cámaras ensayando su remanido tono paternalista para anunciar el confinamiento de casi toda la República. “Vieron que yo tenía razón y ustedes no me creyeron...”.
En política la casualidad y la causalidad van juntas de la mano. Mientras la cantidad de muertos escalaba al ritmo del espanto aparecieron datos en rojo en todos lados. Hasta en la macondiana Formosa de Gildo Insfran comenzaron a brotar infectados debajo de las piedras como pie para el nuevo confinamiento de nueve días. No es negacionismo, la pandemia ya estaba creciendo desbocadamente.
Nadie cree tampoco que serán sólo nueve días, sino los primeros de una larga serie de aperturas y cierres que el Gobierno se propone hacer durante todo el invierno. Y justo en los mismos días del paro lanzado por el campo contra otra arremetida de los que prometían asado para todos y todas y no supieron frenar la suba del 70 por ciento en apenas un año.
El cepo a las exportaciones, dicen en el Gobierno busca “disciplinar” a los frigoríficos que venden carne argentina al mundo. Los acusan de subfacturar operaciones y de liquidar parte de sus ventas en el exterior para no ingresar los dólares a la Argentina.
Es la misma lógica goebbeliana del 2008 con los sojeros y la 125. Y con casi los mismos actores, lo que los encamina al idéntico resultado desastroso que en el 2008 con la suba de retenciones al “yuyito” del Cristina dixit.
“Si buscas algo diferente no hagas siempre lo mismo...”, decía Einstein. La señora que mueve los hilos, nunca lo habrá leído. Siempre redobla la apuesta. Aunque en el camino tenga que hacer algunas reculadas como con Vicentin, primero, y la intentona de subir retenciones al maíz después.
“Con la población confinada, cuánto puede perjudicarnos el pataleo del campo”, disparan desde el Gobierno. Nada es lo que parece. Y muchos menos fortuito. Poco sutil e improvisado como la mayoría de las jugadas sin plan de Alberto.
Todo es más de lo mismo. Porque lo único a largo plazo en este kirchnerismo es el revanchismo cristinista. Una ira que ni siquiera repara en que el viento de cola que beneficia a las commodities agropecuarias es lo que le permite haber recuperado reservas al Central. Y que fue este campo con esta cotización por los cielos el que le permitió venderse como una especie de mesías argento al difunto Nestor Kirchner.
Hace rato que no les sale una buena a estos muchachos. Y su habilidad para victimizarse ya no convence incluso a muchos de la propia tropa. No les fue bien con la Corte y la autonomía porteña, ni con el jefe de los fiscales con métodos que hacen enrojecer hasta al candidato Raffecas.
A Alberto y Cristina y sus prejuicios se le están agotando los enemigos. O mas bien los amigos; y cada vez son más los que saltan a la vereda de enfrente.
No es que la oposición lo esté haciendo algo bien. Sabe que puede asestar un golpe duro al kirchnerismo canalizando el disgusto de la gente en las urnas. Pero aun se debate entre ganar las parlamentarias de medio termino o seguir cruzada de brazos esperando la implosión K.
Sin candidatos a la vista juega al largoplacismo del 2023 en una Argentina que, hoy, no tiene mañana. Ni referentes del otro lado.
Es peligroso. Porque el hilo se percibe cada vez más fino. Y porque la tensión social no diferenciará buenos de malos dentro de la política si las cosas llegaran a salirse de madre.
Hoy cada cual seguirá jugando a su juego. Muchos gobernadores acatarán solo a medias las restricciones. No pueden mirar para otro lado donde la cantidad de muertos y terapias intensivas colapsadas ya no se tapan simplemente con tierra. Fieles a ultranza ya no quedan muchos, salvo un puñado. Y se niegan a jugar con la paciencia de su gente en un año electoral. “Si van al desastre que se estrellen ellos nomas...”, confiesan por lo bajo.
Algunos adelantaron elecciones por más que causó ofuscación en la Rosada. Y no van a cambiar sus fechas. A pesar del prende y apaga. |
*Alejandro Barrionuevo - Periodista, analista político.