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La semana política |Una familia muy normal

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En términos académicos, la anomia es un “estado de desorganización social o aislamiento del individuo como consecuencia de la falta o la incongruencia de las normas sociales”. Se usa como sinónimo de disociación de las personas o grupos con respecto al mundo real. Agarrando sólo la etimología de la palabra, griega de por sí, “sin ley” queda grande en forma taxativa pero coloca a la situación Argentina en una realidad: ¿Cuál es el ente regulador de la política argentina? Dicho en otros términos, ¿Quién manda?

“Alberto Fernández no cambió. No está equivocado, no está haciendo las cosas mal. Las cosas salen mal porque Alberto hace lo que puede en un contexto que lo sobrepasa. Él nunca condujo un espacio. Siempre formó parte y cumplió órdenes. Si de un día para el otro lo pones a que sea el que ejecuta, las cosas no van a salir bien”, le explicó a N&P una figura central del Ejecutivo nacional. La definición sobre el presidente de la Nación no es errada ni hiriente. No hay enojo, solo hay descripción. Alberto en el Frente de Todos es ese padre que está en un restaurante, sentado, charlando, mientras sus hijos hacen desastres alrededor de la mesa, molestando a todos los demás. “¿Qué querés que les diga? Son chicos”, diría con voz paternal. Ese es Alberto.

En los últimos días, el presidente recibió tres encuestas reservadas. Esas que no se publican. El resultado no fue bueno en ningún sentido, y el panorama que plantean esos números es aún más elocuente. De seguir este camino, el consorcio del Frente de Todos va destino a una derrota electoral profunda, en las próximas legislativas, aunque los analistas no son catastróficos, afirman que el Gobierno todavía tiene un pequeño margen para ajustar ciertos errores y poder recuperar el voto perdido en una clase media desilusionada. La ecuación está, solo hay que despejar la equis y ahí radica la “madre del borrego”. ¿El kirchnerismo está en condiciones de resolver la ecuación?

En el cuarto trimestre del año 2001 el PBI había descendido ?10,7%, ?16,3% y ?14,9% en el primer y segundo trimestres de 2002, respectivamente. Consecuentemente, la pobreza había pasado de 43,7% de la población en octubre de 2001 al 49,7% de pobreza y 22,7% de indigencia en mayo de 2002. En números de habitantes, la situación es más chocante aún: en mayo de 2002, alrededor de 20 millones de personas tenían ingresos por debajo de la línea de pobreza y 9,6 millones de ciudadanos por debajo de la línea de indigencia. Hoy todos los indicadores están en esas variables. ¿Es posible que un oficialismo gane con ese escenario? El discurso de “es la pandemia” ya no funciona. No importa si es cierto, importa que al que vota ese argumento ya no le alcanza.

La vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, sigue alimentando su natural voracidad política en silencio. No confronta en público, las veces que lo hizo hackeo el sistema actual, y por lo bajo activa acciones quirúrgicas. La salida de Guillermo Nielsen de YPF, en la última semana, fue una estocada más al cálido poder paternal de AF.

“Cristina juega su juego sin importarle si ese juego es contraproducente para el juego colectivo. O al revés, Alberto no entiende que el juego de Cristina es el único que puede salvarnos”, describió un importante diputado nacional oficialista. Quizá, ninguno de los dos entiende que esos juegos, ni el de uno, ni el del otro, son los conveniente. Quizá uno debería gobernar y el otro conducir, pero los roles se confunden.

CFK tuvo responsabilidad directa en todas las bajas nominales que tuvo el Gobierno. Alejandro Vanoli en ANSES; la ex ministra de Hábitat, María Eugenia Bielsa y ahora Nielsen. No es casualidad que a los dos últimos, la Rosada los consoló con embajadas. A Bielsa se le ofreció la representación ante la UNESCO, con sede en París y a Nielsen la oficina en Arabia Saudita.

¿Es Alberto ese padre que les dice a los hijos que el reto es cosa de mamá y les da un billete para que vayan al kiosco?

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