"La integración del Mercosur al mundo se ha frenado en las últimas décadas. Y esto en parte deriva de las rigideces que impone la estructura de mercado común y del mecanismo de toma de decisiones por consenso. Es como un tren: la locomotora puede marcar el rumbo, pero la velocidad la va a determinar el vagón de cola", dice Eugenio Marí, economista jefe de la Fundación Libertad y Progreso.
Fundado el 26 de marzo de 1991 para constituir una unión aduanera, el Mercado Común del Sur (Mercosur) vivió una primera década fecunda en términos de comercio entre los cuatro socios fundadores, economías bastante cerradas hasta entonces.
Pero con el cambio de siglo sobrevendrían las muestras de insatisfacción, principalmente de Paraguay y Uruguay -las dos economías más pequeñas de la unión-, reclamando fondos para mitigar sus asimetrías respecto a Brasil y Argentina y hasta amenazando con abandonar el bloque ante la falta de beneficios concretos del proceso de integración.
En paralelo, el comercio interno entre los propios socios perdió impulso: las exportaciones dentro del bloque pasaron de un pico de 54.200 millones de dólares en 2011, a un piso de 28.992 millones en 2020, ubicándose en 2022 en 45.943 millones.
Las economías del Mercosur -bloque que este semestre preside Argentina- también han atravesado ciclos recesivos que afectaron la demanda comercial, pero además los socios acrecentaron sus diferencias de estrategia monetaria y comercial.
"Nunca se logró en plenitud la consolidación de la unión aduanera ni una coordinación efectiva de políticas macroeconómicas", señala Lisandro Mogliati, consultor en negocios internacionales y experto en comercio exterior.
Las diversas restricciones a las importaciones que desde hace años aplica Argentina, por ejemplo, han sido blanco de las críticas de sus socios que, a su vez, reclaman un bloque menos proteccionista y más abierto a acuerdos con otros mercados.
Por lo demás, la toma de decisiones por consenso que imponen las reglas del Mercosur se dificulta cuando no hay sintonía política entre los Gobiernos, "atrasando mucho" y "obstruyendo" el proceso de integración, observa Mogliati.
Flexibilización
Con todo, el comercio "extrazona" del Mercosur está en ascenso, con un récord de exportaciones en 2022 de 397.932 millones de dólares.
Pero Mercosur ha experimentado muchas dificultades para sellar pactos de libre comercio de peso con otros países o regiones, como la Unión Europea (UE), con la que lleva más de dos décadas negociando un tratado de libre comercio que aún no logra una firma definitiva.
Esto implica que las exportaciones del bloque pagan aranceles mayores en desventaja con las preferencias de las que gozan otros competidores que sí comercian bajo acuerdos. En este escenario, Uruguay reclama desde hace tiempo flexibilidades para poder negociar acuerdos en solitario.
"Hoy el debate, más que Mercosur sí o no, es su grado de flexibilidad para permitir que cada país siga su agenda sin depender del aval de otros, y sin romper la integración ya lograda a nivel interno", sostiene Marí.
Sin portazos
Las recurrentes sensaciones de frustración dentro del bloque se expresan muchas veces como amenazas de dar un portazo, algo que finalmente nunca ha ocurrido.
Según Mogliati, estas amenazas difícilmente prosperen porque Uruguay y Paraguay saben que son "países muy pequeños" que, separados del Mercosur, no tienen poder de negociación ante otros bloques comerciales.
"Romper el Mercosur no es negocio para nadie. Es que, con sus falencias, el bloque sigue siendo de los principales acuerdos comerciales a nivel mundial. Integra un mercado de casi 300 millones de habitantes, incluyendo una de las mayores diez economías globales, Brasil", resalta, por su parte, Marí.
El economista destaca, además, que el Mercosur se ha extendido más allá de lo netamente comercial, "convirtiéndose en un paraguas de integración política", y "todas estas cuestiones imponen costos importantes a salirse del bloque de manera unilateral".