En un sencillo edificio de oficinas de Ginebra funciona el centro de búsquedas donde el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) coordina una de sus tareas menos conocidas, pero a la vez más delicadas: la búsqueda de civiles y militares desaparecidos en la guerra de Ucrania.
En estas oficinas un centenar de personas reciben y registran mensajes desesperados de personas que han perdido a sus familiares en la guerra, los cotejan cuidadosamente con listas de prisioneros de guerra y fallecidos que el CICR posee y, de haber coincidencias, las transmiten a los solicitantes de información.
"Cada día recibimos unas 120 llamadas y unos 100 correos electrónicos o formularios procedentes de nuestra web", cuenta a Marta Pawlak, jefa de la sección de teleoperadores en la agencia.
Éstos, con conocimientos tanto de ucraniano como de ruso, contestan esas llamadas, que pueden a veces llegar a durar hasta una hora, ya que en muchos casos se trata de personas muy abatidas por la desaparición de un familiar, temiendo lo peor, que necesitan simplemente que alguien los escuche, cuentan los operadores.
Desahogo emocional
"Comparten a menudo historias muy personales y hay que tratarlos con empatía, sin interrumpirles, dándoles libertad para hablar. Nuestro trabajo es escucharlos", relata Natalia Novyk, teleoperadora de origen ucraniano, una nacionalidad que comparte con el 95 % de las personas que llaman.
Muchas de las llamadas son muy impactantes y quedan en su recuerdo: "Una mujer nos contactó porque buscaba a su marido y durante la llamada sonaban de fondo explosiones y sirenas. Ella corría para refugiarse, pero no cortó la llamada y me siguió hablando, veía muy importante dejar su petición", recuerda Novyk.
Olga Masia, otra operadora, de origen bielorruso, recuerda a una mujer que tampoco tenía noticias de su marido y llamó al día siguiente de que su hija soñara con él: "En el sueño estaba gravemente herido y dijo que volvería a casa cuando los campos estuvieran verdes de nuevo, en verano", le contaba la madre.
Los operadores registran las solicitudes de búsqueda y entregan los datos a la sección de análisis, coordinada por Jerome Cassou, donde el siguiente paso es compararlas con las listas de prisioneros y fallecidos, una tarea más compleja de lo que pudiera parecer a simple vista.
Informar, una regla en la guerra
Estas listas provienen o bien de Rusia y Ucrania, que por las Convenciones de Ginebra están obligadas a registrar datos de enemigos en su poder y transmitirlos a la Cruz Roja, o bien de la propia organización internacional, obtenidos después de visitas de sus trabajadores a cárceles de prisioneros de guerra.
"Tenemos que asegurarnos de que hay una completa correspondencia entre el nombre de la persona que los familiares no encuentran y el de un prisionero, algo a veces difícil porque hay diferencias a la hora de escribir los nombres entre el ruso y el ucraniano", explica Cassou.
Ambos idiomas utilizan el alfabeto cirílico pero a menudo transliteran de forma diferente los nombres propios (por ejemplo, la ciudad de "Kiev", en ruso, es "Kyiv" en ucraniano), lo que puede dar lugar a muchos errores de identificación.
También es importante saber diferenciar la verdadera información de los rumores: el centro ha recibido llamadas de personas que habían enterrado a quienes creyeron eran sus familiares y acabaron descubriendo que sus parientes en realidad seguían vivos.
"Tenemos que asegurarnos de que la información que recibimos es correcta y va a la persona correcta, no se puede hacer este trabajo en cinco minutos", señala Pawlak.
Apoyo psicosocial
No siempre hay buenas noticias para dar: a veces los parientes o amigos buscados han fallecido en la guerra, aunque como cuenta Anastasia Kushleyko, jefa de los asistentes sociales que trabajan en el centro, también es importante que se brinde esa información.
"Un problema muy habitual en todo conflicto es la gran cantidad de gente que no puede cerrar su duelo, muchos de ellos preferirían incluso saber con seguridad que su familiar ha fallecido para poder poner punto final", comenta.
Desde el comienzo de la guerra, la oficina ha recibido casi 57.000 solicitudes de búsqueda a través de llamadas telefónicas (recibidas por sus 47 operadores en Ginebra, Moscú y Kiev), vía online o por carta.
En 4.400 ocasiones se ha podido ofrecer información a las familias, que no siempre son de paraderos concretos: a veces son meros mensajes que les han transmitido los detenidos desde su cautiverio.
CICR, nacida en Ginebra en 1863, desarrolla esta labor de búsqueda de desaparecidos desde hace 150 años, aunque es la primera vez que dedica una oficina separada a esta labor desde la invasión de Irak en 2003 y es la de mayor tamaño que abre desde la Segunda Guerra Mundial.