Quizás menos conocida que otros destinos turísticos de Turquía, su importancia y su interés son claros cuando se la asocia a ciudades como Éfeso o Pérgamo; personajes como Homero, Heraclito o San Juan el Evangelista; y sitios como el Templo de Artemisa o la Casa de la Virgen María. Esmirna, la “perla del Egeo”, se asoma por encima de ese mar a islas griegas como las de Samos, Lesbos o Quíos.
La región fue un importante centro comercial en la Antigüedad, donde enlazaba la ruta de la seda desde Oriente y el Mediterráneo. De hecho, la ciudad de Esmirna es aún uno de los puertos más importantes de Turquía y acoge la zona franca más grande del país.
Entre la enorme riqueza cultural e histórica, las ruinas de Éfeso son uno de los principales atractivos de la provincia de Esmirna.
Aunque está a apenas una hora en coche desde Esmirna capital, una importante parte de los casi dos millones de turistas que la visitan cada año, llegan en cruceros hasta el puerto de Kusadasi, 20 kilómetros al sur, especialmente desde Estados Unidos y Sudamérica.
Templos, iglesias y mezquitas
Aunque su fundación original se remonta al siglo X antes de Cristo, según la leyenda a manos de Ephos, reina de las Amazonas, la ciudad vivió su esplendor bajo dominio de Roma ocho siglos después.
La Ephesus romana fue una de las ciudades más importantes de Asia Menor, que tenía un teatro para 25.000 espectadores, uno de los más grandes del imperio romano, y una biblioteca con más de 200.000 pergaminos, la segunda más grande del mundo antiguo, tras Alejandría.
En sus inmediaciones se levantaba el Templo de Artemisa, una de las siete maravillas de la antigüedad, destruido en un incendio intencionado, según la tradición, el 21 de julio del año 365 antes de Cristo, el mismo día en que nació Alejandro Magno. Pese a que fue reconstruido, hoy día apenas quedan los cimientos, una columna y restos menores.
Diosas neolíticas y la Virgen María
“Aquí se resumen 7.000 años de la Historia de las religiones”, indica Volkan Bikmaz, un guía turco de origen eslavo que se presenta a sí mismo como ejemplo de la mezcla y la diversidad cultural de esta parte del Mediterráneo. Afirma que, mucho antes de la primera construcción del templo griego, el lugar era centro de culto a Cibeles, la diosa madre adorada en Anatolia desde el neolítico.
Desde el templo, a apenas un kilómetro, se levanta la mezquita de Isa Bey, una de las más antiguas de Turquía, y la Basílica de San Juan, construida en el año 548 por Justiniano, el emperador bizantino que ordenó levantar Santa Sofía, en la zona donde se cree fue enterrado el apóstol San Juan.
En las inmediaciones se levanta la Casa de la Virgen María, un sitio de peregrinaje desde hace siglos y que la leyenda dice fue donde murió la madre de Jesús, que se trasladó a Éfeso junto a San Juan.
Lugares patrimonio de la humanidad
Pero justo esa ventaja de estar en el centro de esa rica región histórica, con Éfeso al norte y Pérgamo al sur, supone también un inconveniente para Esmirna, la capital de la provincia y del enorme área metropolitana que, con 4,3 millones de habitantes, es la tercera mayor ciudad de Turquía, tras Estambul y Ankara, la capital.
“Muchos de los turistas que visitan Éfeso, Pérgamo, Askeplion o la basílica de San Juan no visitan la ciudad”, como explica Melih Kayacik, director de la oficina de turismo.
La ciudad trata de captar más visitantes con la promoción de otros lugares, como los castillos de Foça y Çandarli o el mercado de Kemeralti, en pleno centro de la ciudad. Esos tres lugares están ya en la lista de aspirantes a ser Patrimonio Mundial de la Unesco, como ya lo son Pérgamo y Éfeso.
Kemeralti es uno de los mayores mercados al aire libre del mundo, con unas 5.000 tiendas y puestos. Es un testimonio de la importancia del comercio y de su tradición de ciudad multiconfesional: por sus callejuelas se suceden las antiguas sinagogas con nombres como la de la Signora, recuerdo de que Esmirna fue un gran centro sefardí.
“Hasta la década de 1950 había unos 40.000 judíos en Esmirna. Hoy son apenas unos pocos centenares”, cuenta Besim Amado, cuyo apellido es prueba también de esa herencia histórica, que se está perdiendo principalmente por la emigración.
Turismo sostenible
Tunç Sonyer, alcalde del área metropolitana de Esmirna, explica que su aspiración es convertirla en una ciudad resiliente, respetuosa con el medio ambiente y consciente de la necesidad de luchar contra el cambio climático. “Cada ayuntamiento debe entender que hay que mirar al mundo con la nueva perspectiva que crea la crisis climática”, asegura.
Sonyer cree que con políticas adecuadas, el uso de la tecnología y una visión que no vea la naturaleza sólo como una fuente de la que extraer, se puede eliminar el conflicto entre ecología y economía.
El Gobierno local quiere extender esa perspectiva a la agricultura, potenciando cultivos que precisan menos agua o mejorando los sistemas de regadío. Ofertas de agroturismo, relacionadas por ejemplo con la milenaria cultura en torno al aceite de oliva o el vino, o las rutas por la rica gastronomía mediterránea, mezcla de la tradición turca, griega, albanesa o sefardí, forman parte de esa idea.
Ahí encaja el proyecto de una ruta de senderismo a lo largo de 30 pueblos en la zona más oriental de la provincia, para promocionar su potencial turístico y crear empleo que apoye el desarrollo rural y evite la emigración hacia las ciudades.
La oferta de turismo de naturaleza incluye numerosos parques y rutas. Esmirna es, por ejemplo, hogar de aproximadamente el 5% de la población mundial de flamenco común, que pueden observarse en la reserva natural del Delta de Gediz, al norte de Esmirna capital.
Oposición a Erdogan
Pero hay otros obstáculos en el desarrollo de la industria turística, que tienen que ver con la política. El alcalde socialdemócrata ganó las elecciones en 2019 con el 58% frente al 38% del candidato del partido islamista AKP, del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan.
Esmirna ha sido tradicionalmente un feudo del CHP, el partido laico y socialdemócrata que lidera la oposición en Turquía. La ciudad ha sido tradicionalmente una ciudad abierta y liberal donde, por ejemplo, se ven muchas menos mujeres con el pañuelo islámico que en Estambul o Ankara.
“Hay muchas diferencias con otras partes del país. Ser una ciudad portuaria crea una especie de genética social. La gente es más abierta hacia los demás”, resume el alcalde el espíritu de tolerancia que, dice, es la verdadera riqueza de Esmirna.
Ser una ciudad “opositora” a Erdogan, que gobierna el país con mayoría absoluta desde 2002, provoca que el Gobierno central recorte fondos y obstaculice proyectos de desarrollo, denuncia el alcalde.
Pero además, los sucesivos conflictos que Erdogan ha tenido con varios de los países que son fuente de turistas, desde Rusia, la Unión Europea, Estados Unidos y el mundo árabe, y el creciente autoritarismo y agenda islamista, también afectan al turismo.
“Pero ser resilientes significa pensar en esas posibilidades y tratar de encontrar otras vías. Hay que estar preparados para un cierre del mundo occidental”, dice el alcalde.
En ese sentido, recuerda el bloqueo general que provocó la reciente pandemia del coronavirus. Por eso, concluye, su apuesta pasa por potenciar también el turismo doméstico. |
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