En la espesura del monte misionero de principios del siglo pasado, en la región conocida como Teyú Cuaré, vivió un aventurero que, escondiendo el nombre ilustre de los Laferrére, se lanzó a la vida salvaje para "conocerme a mí mismo y al mundo en el que nací".
Autodidacta, inquieto y curioso, fue a la escuela hasta quinto grado, "de manera que me quedó todo lo que aprendí después", diría en 1933, en ocasión de una autobiografía solicitada por la revista Mundo Argentino, la afamada publicación de editorial Atlántida.
Germán Dras, Germán Salles, César Lang, Víctor N. Nep, entre otros, nacieron bajo un signo extraño, todos ellos bautizados en Morón, Buenos Aires, con el nombre de Germán José de Laferrére, el 13 de octubre de 1901.
Era hijo de Alfonso de Laferrére, diplomático argentino que llegó a ser el primer representante del país en Japón, y de Dolores Suárez de Córdoba, proveniente de una acaudalada familia de la provincia que llevaba por apellido. Sobrino de Gregorio, autor de reconocidas obras de las letras nacionales.
Se desempeñó en muchos terrenos, "y por eso no soy primero en nada": fue periodista, escritor, filósofo, diplomático y hasta habilidoso guitarrista, todo por cuenta propia. Pescador, cazador y "traficante de rusos" en la frontera argentino-paraguaya.
La pregunta es cómo llegó un Laferrére, bajo un seudónimo al que apreciaba más que su propio nombre, a vivir en una cueva en la lejana Misiones, desde donde escribió cuentos que retratan la lucha de los hombres por dominar la selva a inicios del siglo XX.
Zig-zag
El diplomático Alfonso de Laferrére murió en París en 1910, a la temprana edad de 38 años, cuando Germán apenas tenía 8. De esos tiempos, y hasta la muerte de Dolores Suárez de Córdoba en 1921, poco se sabe del derrotero de la familia, aunque es de suponer que sobrevivieron gracias al prestigio de otros tiempos.
Fue así que, al quedar definitivamente huérfano, Germán decidió encomendar a su hermana al cuidado de sus familiares en Córdoba para luego sacar un pasaje en el barco Infanta Isabel de Borbón en 1923 rumbo a las Islas Canarias.
El itinerario soñado incluía, luego de arribar a la isla española, embarcarse de polizón en alguna comisión al África, desde donde buscaría montarse a una caravana hacia Egipto, pero "todo me salió bien hasta las Islas Canarias, donde desembarqué con 10 pesos por todo capital. Después, no. Resulta que uno no se embarca de polizón hacia donde quiere, sino hacia donde puede", diría con el tono humorístico y autobiográfico que atravesaría toda su obra.
A partir de allí comenzaría su andar por el Viejo Continente, con numerosos cambios de oficio a los que debió acceder para sobrevivir. En las Islas Canarias "fui vendedor ambulante de cigarros y cuadros de santos".
Allí, buscó un clima propicio para sus ya incipientes problemas pulmonares, pero le fue imposible encontrar una sola manera de ganarse la vida, por lo que volvió a embarcarse: "Conocí Berlín, Colonia, Düsseldorf, Bruselas, Amberes, Lyon, Berna, Milán, Génova. Derivando siempre, en uno de esos zigzags, caí en el centro del mundo: la ciudad de Ginebra".
Una vez en París, la suerte no cambió demasiado, aunque con altibajos: "Practiqué el violento arte de comer y escapar sin pagar", se lamenta Germán. Allí también consiguió trabajo como profesor de castellano en la Berlitz School, que luego solicitó sus servicios en Alemania, "hasta que protesté y me echaron".
Para octubre de 1924 ya lo encontramos en Ginebra, Suiza. En esa ciudad, ofició de vagabundo hasta que decidió emigrar hacia la campiña, donde aprendió a trabajar la tierra y se desempeñó al menos por un año como peón de chacra sólo por casa y comida, debido a que las autoridades no lo dejaban trabajar por un sueldo.
Luego de ese tiempo, regresaría a Ginebra y allí trabajaría sucesivamente como traductor, portero y dibujante de la Liga de las Naciones (antecedente de la ONU), aventuras que relata en su libro de 1940 Tras la loca fortuna, en el que además asegura haberse casado en su paso por Europa, quizás buscando una residencia permanente.
Desde 1928 y hasta 1931, Laferrére volvería a Buenos Aires sin motivos aparentes, puesto que su vida del otro lado del charco parecía encaminarse luego de tantas desgracias sufridas. Desgracias que, por otro lado, marcaron a fuego su personalidad.
Refugio definitivo
A su vuelta a la capital del país, fue redactor de diversas revistas de la época, como Atlántida y Última Hora, hasta que, siguiendo su naturaleza inquieta, ideó junto a un grupo de amigos un plan de colonización yerbatera en Misiones. Hacia fines de 1931, se embarcó rumbo a Puerto Delicia, peripecia que se publicaría en 1945 como un falso "diario de viaje" bajo el título de Selva adentro.
La empresa naturalmente fracasó y sus amigos lo abandonaron, por lo que Germán se vio obligado a descender por la cuenca del Paraná hasta recalar en San Ignacio, más precisamente en la casa de Horacio Quiroga, en la región conocida como Teyú Cuaré, en el Alto Paraná misionero.
En realidad, Laferrére y Quiroga se habían conocido en las redacciones de las revistas porteñas en las que ambos trabajaban y fue el escritor uruguayo quien le recomendó comprar las tierras en Delicia, puesto que, tras la malograda empresa, le ofreció su hospitalidad.
En los años que Laferrére habitó en Misiones (1932-1942), se metió de lleno en la vida montaraz y vivió de la caza y de la pesca, al tiempo que daba rienda suelta a su carrera como escritor. Desde la tierra colorada nacerían sus cuentos, los cuales se confunden con la vida misma, pues tienen todos ellos un fuerte componente biográfico.
La vida dura pero contemplativa de aquellas latitudes despertaron su pluma, con la cual retrató, desde una mirada cercana, la intensa y violenta vida de la frontera, en la que "traficantes de rusos", comerciantes, colonos, locales e inmigrantes forman un abanico humano de lo más disímil, horizonte de significado que Dras representó como uno más de los hombres que habitan "las aguas turbias de nuestro gran río".
Durante su estadía, escribiría los relatos que conformarían Alto Paraná (1939, cuentos), Tras la loca fortuna (1940, anécdotas humorísticas), El tesoro de Silca (1940, novela corta de aventuras, que se complementa con una serie de cuentos), Aguas turbias (1942, novela), Selva adentro (1945, novela) y Cuentos del Alto Paraná (1950, cuentos).
Además, desde 1933 y hasta 1944 podemos hallar sus anécdotas, notas periodísticas y relatos literarios en las revistas Leoplan y Mundo Argentino.
En esta última entrega dejó asentada su conexión trascendental con la tierra colorada, a la cual calificó como "mi definitivo refugio, donde seguramente concluiré mis días", deseo que finalmente no logró cumplir.
Las dos caras de la moneda
En diciembre de 1944, se publica Selva adentro, novela que sería reconocida un año después con el primer premio de literatura de la Comisión Nacional de Cultura por un jurado compuesto por Manuel Mujica Láinez, Enrique Amorín y Álvaro Melián Lafinur.
Entre esos dos sucesos, en septiembre de 1945, Germán fue nombrado como agregado cultural de la Embajada argentina en Ottawa, Canadá, y hacia allí se embarcó para responder al mandato familiar.
Así, saltó de la selva de Misiones a la esfera diplomática sin escalas: "Las dos caras de la moneda", le diría a su amigo el ornitólogo Carlos Selva Andrade, a quien conoció en su paso por las regiones misteriosas del Teyú Cuaré.
En el país del norte de América, Dras pasaría años de prosperidad en los que siguió publicando cuentos, sobre todo en el diario El Territorio, mientras anunciaba la pronta aparición de textos de índole novelesca y de especulación filosófica.
Todo eso se vio truncado cuando el gobierno argentino de Perón lo trasladó a Rumania hacia 1949. Ya desmejorado de la condición pulmonar que lo aquejaba desde siempre, sufrió aquel clima hostil y buscó volver por su cuenta a Canadá, añorando llegar a su definitivo refugio.
Por esa actitud, lo dejaron cesante de sus funciones y finalmente la muerte lo sorprendió en Ottawa, donde falleció de tuberculosis el 24 de septiembre de 1952. Fue enterrado tres días después en el cementerio Beechwood de esa ciudad, en un sector dedicado especialmente a pensadores y escritores. Tenía 50 años.
La aventura y el olvido
Horacio Quiroga y Dras protagonizaron juntos acontecimientos bravíos, aventuras que cada uno representó con distinta técnica y estilo.
No quedan dudas de que los animales parlantes y los personajes terribles de Quiroga ayudaron en gran parte a moldear el imaginario de la selva misionera para los centros urbanos del país.
Esto es así porque es indiscutible que la prosa del uruguayo denota gran maestría a la hora de registrar los tipos humanos y desarrollar las profundidades psicológicas que justifican sus actos artísticos. Fue capaz de crear un mundo de ficción que a su vez propició el surgimiento de un modelo de escritura.
Dras admiraba a Quiroga aunque, lejos de imitarlo, se dedicó a narrar lo que sus ojos veían mientras transitaba su propio de adaptación a ese espacio nuevo. Y lo hizo desde un estilo cronista, llano, sin decoraciones, en el cual las fronteras entre la vida y la literatura se vuelven porosas, al igual que la frontera argentino-paraguaya que habitó.
Resultado de esa forma de vivir y escribir es la novela Aguas turbias, de 1942, la cual puede considerarse, más allá de una cuestión cronológica, como la primera ficción literaria estrictamente "misionera". Además, es el primer texto que Dras firmó con su nombre real: Germán de Laferrére.
Al igual que la de Quiroga, la obra drasiana se enmarca en un momento en el que el por entonces Territorio Nacional de Misiones va delimitando sus fronteras geopolíticas y sociales, por lo cual ambos discursos acompañan y surgen por y para ese período fundacional.
Pero la dimensión fundacional de Aguas Turbias no se da por haber llegado primero, sino por la relevancia que adquiere en el horizonte de significado en el que se inserta.
En el mismo año que Dras, Horacio Varela publicó su novela El río oscuro, sobre la que se basó la película de Hugo del Carril Las aguas bajan turbias, algo que en ocasiones suscita la confusión con la novela de Laferrére.
Pero Varela, de militancia comunista, montó sobre el escenario de los mensúes explotados en los yerbales misioneros, una crítica hacia el modelo capitalista, mientras que la tarea de Dras se basó en retratar la realidad con espíritu literario, sin intencionalidades políticas, sino meramente históricas, cronistas y estéticas.
Para mostrar la explotación del hombre por el hombre, Varela podría haber instalado su trama en una fábrica textil en Manchester, y el resultado y efecto de su novela hubieran sido los mismos. En cambio, Germán Dras muestra de lleno un proceso que vivió a lo largo de diez años de adaptación en los que pasó de ser un extranjero a un residente, un camino de creación de sentidos internos que volcó en una escritura cuyos sucesos tiene posibilidad en el espacio Misiones y no en otra parte.
Esto implica a su vez la habilitación de un debate en torno al lugar que ocupan las textualidades en el seno de la cultura, al interior de una sociedad, y sobre la relevancia que toma para los lectores y por qué.
El canon de la literatura que hoy consagra a Quiroga se ve cuestionado cuando se ahonda en otros posibles aportes, aunque pequeños, que sirvieron para moldear un mundo posible de ficción que a su vez acompañara los procesos de delimitación del espacio geográfico e histórico que la diversa tierra colorada vivía por aquel entonces para acomodarse a la idea homogénea de Nación.
Quiroga y Dras fueron grandes amigos, de los que el uruguayo no tenía muchos por su conocido malhumor (o al menos así lo retrató Germán). No obstante, logró posicionarse como lectura indispensable de la literatura argentina. Dras, no.
Esto es así, primero, porque los artificios drasianos tienen poco que ver con una escritura profesional, sino más bien intuitiva, pero no por eso menos llena de gracia, sinceridad, soltura y poesía.
Después, porque en buena medida la pereza intelectual de los académicos, quienes deben ahondar en la historia literaria, llenó las páginas de estudios sobre la obra quirogueana, que la pusieron en el pedestal de lo suficientemente estudiado y abordado y, por ende, agotado. No por todo ello menos merecido.
En este sentido, revisar y revalorizar otras perspectivas no puede tener efectos adversos, sino todo lo contrario. La historia toma mayor significancia cuando la cuentan aquellos pequeños grandes personajes, en este caso, un aventurero que, ocultando un nombre ilustre, se llamó simplemente Germán Dras.