Parece casi, casi una regla. Las películas de acción de Netflix se parecen mucho, unas a otras. No importa si son producidas en los Estados Unidos, Australia o Argentina. Tienen buen nivel de producción, pero la mayoría son planas. Y Pipa, al menos, tiene las montañas de Jujuy.
Lo que mantiene a la Pipa mujer en las tres películas que la interpretó Luisana Lopilato es la sagacidad, el maniqueísmo por sacar información a personajes que se rompen, se doblen y hasta pueden morir, y esa fiereza y fortaleza que sólo tienen los protagonistas de filmes de acción de Netflix.
Y lo que fue original, o al menos mantenía en suspenso, que era Perdida, la primera película argentina producida por Netflix, hace cuatro años, no tuvo la misma eficacia con la precuela La corazonada (2020) y menos ahora con Pipa, el cierre de la trilogía creada en la literatura por Florencia Etcheves.
Los tres filmes fueron dirigidos por Alejandro Montiel, contaron con una buena producción -Guillermo Nieto fue el director de fotografía de todos-, pero lo que queda flaco es el entramado. Las vueltas del guion de Perdida, y el ya eterno sentimiento de culpa de la ahora ex policía Manuela Pelari por la muerte de su amiga de la infancia Cornelia, regresan, pero hay demasiado subrayado con resaltador.
Pasaron varios años después de lo que sucedía en Perdida, y por más que Pipa haya dejado la Fuerza -la echaron- y siga azotándose por un error que cometió y por el que se sigue autocastigando, una muerte espeluznante la hará ponerse a investigar.
No está en el Sur, ni en una ciudad, ahora Pipa vive en el Norte argentino, con su hijito Tobías, donde su tía Alicia (la chilena Paulina García, de La novia del desierto y la serie Narcos) ayuda a las comunidades que reclaman las tierras de una minera que manejan los Carreras.
Un crimen horrendo
Samantha Sosa, una joven que trabajó en una fiesta de la familia que regentea el personaje de Inés Estévez, aparece calcinada en el monte. Su celular desapareció, pero como nadie lo apagó, la policía -que es buenísima o muy corrupta, sin términos medios- puede rastrearlo.
¿Por qué todos quieren el celular de Sami? ¿Tenía muchos datos libres, crédito por gastar o era un modelo importado difícil de conseguir? Es que algo huele mal en La Quebrada, como en Dinamarca, y no es simplemente el cuerpo de la buena de Samantha.
Las relaciones familiares son, al menos, complejas. El joven Cruz parece demasiado apegado a su hermana, que está por casarse con el hijo del intendente. Faltan días para las elecciones, y el cadáver humeante de Sami tiene a todos nerviosos.
Menos, claro, a Pipa. Porque Pipa, la película, ahondará en el racismo (“Indio pata sucia” es lo menos que les dicen a los kollas), en los problemas de clases, en las relaciones no permitidas. También habrá peleas cuerpo a cuerpo, y otras cosas cuerpo a cuerpo, con o sin cuchillos y armas de fuego, muertes por suicidio o no, en fin, bastante como para que la película sea para mayores de 16 años.
Y Pipa, el personaje que tiene un “comportamiento temerario", como se lee por ahí, en algo parecido a su expediente de cuando era policía, hará honor a lo que ya le conocimos. Las actuaciones son ciertamente desparejas, y eso tampoco ayuda a convencernos de que lo que estamos viendo es más o menos creíble.|