Corría la década de 1970, cuando el actor, Sylvester Stallone pasaba de mano en mano un guión de puño y letra, en poco más de tres días. Era un papel extraño que ridículamente lo ponía a él como protagonista. Trataba de un extraño polifacético que hasta entonces se debatía entre la pobreza, los papeles secundarios y los sueños. En la corte de los productores de Hollywood habían reconocido su potencial, pero no querían saber nada de tenerlo en el papel principal.
El 21 de noviembre de 1976 fue la fecha elegida para dar vueltas el mundo entero. Costando más de un millón de dólares, recaudó más de 5.000 en el Cine II y lo llevó a ganar 225 millones de dólares, liderando las listas de éxitos en 1976. El héroe cinematográfico capaz de superar indemne las modas, los cambios y las convulsiones, había comenzado como un sueño.
Cuarenta y cinco años han pasado de una película que resultó ser el modelo catártico de todo un país, de toda una sociedad, la estadounidense de aquel 1976, que había sido literalmente desgarrada por una década de crisis y convulsiones. La guerra de Vietnam había destrozado el sueño americano, las drogas, la delincuencia y la crisis económica reinaban, Kennedy se había hundido en sangre, la suya y la de los profetas asesinados. Nixon fue aplastado por el Watergate, el mediocre Ford lo había indultado, pero no el alma traicionada de un país que se sentía pequeño y derrotado.
Sin embargo, el boxeo disfrutaba de la Edad de Oro gracias a Muhammad Ali, y a los grandes rivales que le habían ayudado en el ring a convertirse en un símbolo inmortal de coraje y renovación, pero también de división. He aquí que Stallone llega en el momento preciso, dándole a las masas un héroe un ejemplo a seguir, alguien con quien identificarse, alguien que les ayude a mirar la vida cotidiana con mayor confianza, optimismo y esperanza en el mañana.
A 45 años después, se puede asegurar que Estados Unidos sigue necesitando un Rocky Balboa, matón de barrio, boxeador fracasado, muerto de hambre y golpeado por la vida, que habría sido un héroe para siempre. Pero pocos saben de dónde se inspiró Stallone para darle vida a este personaje.
Muhammad Ali, era un boxeador "trampolín", como se dice en la jerga, uno que servía para lanzar la carrera del adversario, un fiasco sin arte ni parte. Esa noche, el 24 de marzo de 1975, sin embargo, Wepner, el Sangriento de Bayonne, conocido por terminar los combates cubiertos de heridas, ofreció una actuación sucia y desgarbada, pero inesperadamente valiente que cautivo a Stallone y al público en general.
Esa corazonada de que podría incluir un boxeador blanco que casi vence al Príncipe Negro del boxeo, como la historia perfecta, lo convirtió en el centro del héroe cinematográfico definitivo. Con el eje en Filadelfia, la ciudad del boxeo en Estados Unidos, que lo sigue siendo hasta hoy, nació un héroe que combinó las vidas y características de los gladiadores que habían hecho grande el noble arte.
Del bombardero invicto de Brockton, el italoamericano por excelencia, Balboa obtuvo su fuerza granítica, su estilo rudo y desgarbado, su mandíbula y un valor casi inhumano. Habría tenido que competir con el Campeón, ese Apollo Creed, para cuya interpretación se pensó inicialmente en Ken Norton, otro gran rival de Ali, al que Stallone había conocido en el plató de Mandingo. Al final recurrieron al exfutbolista Carl Weathers, que en Rocky, para bien o para mal, era Muhammad Ali.
Stallone dio al público que menos quería a El Más Grande, una "esperanza blanca", un boxeador blanco capaz de vencer al as afroamericano, como muchos habían soñado durante años. Rocky Balboa fue capaz de convertirse en un ídolo para todas las minorías, para todos los niños de los guetos y de la pobreza. En su mundo no hay pecadores ni santos, sólo hay pobres almas que intentan sobrevivir en un país despiadado y degradado.
Con la bandera de que el apogeo es una derrota honorable, siempre ha sido la antítesis del cuento de hadas americano, de la religión del éxito. Rocky perderá esa pelea con Creed, pero se demostrará a sí mismo y a los demás que no es un simple "matón de barrio", que vale algo, pero también entenderá que por sí solo no es nadie. Rocky siempre será el héroe por excelencia: porque cualquiera, blanco, negro o amarillo, joven o viejo, puede verse en él, en sus miedos y sueños, en su deseo de cambiar su vida sin aplastar a los demás.|