Estamos ante los últimos días de Angela Merkel como canciller alemana, un puesto que ha ocupado durante 16 años, en los que ha marcado el ritmo tanto de su país como de la Unión Europea. Su marcha deja un hueco político difícil de llenar: se va en uno de los momentos más altos de su popularidad (que ha subido cual megavatio durante su gira de despedida en los últimos meses), sin haber conseguido contagiar nada de ese carisma de última hora a su sucesor, Armin Laschet.
En las elecciones de este domingo no está claro que Laschet vaya a salir con fuerza como para formar Gobierno, pero lo que sí está claro es que será el adiós de Merkel. ¿Definitivo? Ella ha dicho que no tiene planes para el futuro más allá de dedicarse a leer y descansar y sus aficiones.
Para los escépticos, la situación en la que queda no tiene porque retirarla completamente de la política. Como ex canciller le correspondería un despacho en el Parlamento para usar a su conveniencia, coche oficial con chófer y personal propio. Eso, y una pensión que se quedará en unos 15.000 euros brutos mensuales, aproximadamente. En teoría, es el 65% de su retribución política, aunque la canciller cobraba más del doble de esa cantidad, pero en un total que incluía dietas (10.000 euros al mes) y complementos (casi 5.000 euros directos, libres de impuestos).
En total, Merkel ha cobrado a lo largo de su vida pública entre tres y cinco millones de euros. Un dinero del que ni ella ni su marido, el químico Joachim Sauer, que piensa seguir trabajando en Berlín como hasta ahora, han hecho nunca ostentación.
La pareja vive en un apartamento en propiedad en Berlín, así que no tendrá que adaptarse a la salida de ninguna residencia oficial. Algo a lo que siempre se negó. Desde que salió elegida por primera vez, en noviembre de 2005, Merkel no quiso dejar su edificio, que cuenta con una discreta escolta. Y que siempre ha estado cerca de la Cancillería, a kilómetro y medio. La calle en la que reside es una más del centro histórico (reconstruido) de Berlín, en la que lo que más destaca es la vista al río Spree y al Museo del Pérgamo. Y que allí, a un portal de distancia de la mujer más poderosa de Alemania, vivió un día el filósofo Hegel.
En casa, la radio le suele hacer compañía, sobre todo los fines de semana. Merkel es futbolera y sigue la Bundesliga, aunque todavía no está muy claro de qué equipo es. Sus celebraciones con la selección alemana son conocidas, y hasta han sido parte de alguna de sus crisis políticas, como cuando se fue al Mundial de Brasil a ver a la selección en un viaje de elevado gasto público.
Pese a que Merkel no tiene hijos propios, su marido sí, dos de un matrimonio anterior, con su propia descendencia y que forman una familia bien avenida, con varias reuniones familiares al año. En las que a Merkel le gusta cocinar platos típicos, con ingredientes de su propio huerto. Porque su verdadera pasión al margen de las intelectuales (es una ávida lectora, y ha intentado acudir siempre que ha podido al festival de ópera de Bayreuth, donde siempre atrona Wagner) es la de la horticultura. Tiene una pequeña casa de campo a pocos kilómetros de Berlín, muy discreta, y con un jardincito que es menos de flores y más de kartoffel. Porque la canciller disfruta teniendo su pequeña cosecha de patatas, entre otras hortalizas, y elaborando con ellas sopas y ensaladas. También se le dan bien las fresas, algo de lo que ha presumido en alguna ocasión.
A los dos se los ha podido ver en numerosas ocasiones haciendo la compra o paseando, también entregados a la vida cultural berlinesa de conciertos de música clásica y obras de teatro. Unos hábitos que hacen pensar en una jubilación de costumbres. Porque Merkel lo es, su agenda personal apenas ha variado en la última década.
Hablamos de una mujer habituada al senderismo por la montaña –y si es el Tirol italiano, mejor–, que llevó durante años el mismo atuendo para sus excursiones, hasta cinco veranos seguidos. La renuncia a los viajes oficiales (en los que su marido nunca estuvo cómodo y a los que apenas acudía) tampoco le supondrá ningún problema. Sin embargo, habrá que ver cómo combate el gusanillo del poder y de la agenda. Merkel aún es joven para la política aunque, considerando que los medios alemanes llevan dos años preocupados por su salud, quizás sí sea verdad lo que le dijo a unas niñas en una de sus últimas visitas a un colegio: que lo que quiere es cultivar y cocinar sus propias patatas y poco más.|