La historia del príncipe sin reino: sus infidelidades y su lealtad infinita a la Reina Isabel – Negocios & Política
 

El adiós real |La historia del príncipe sin reino: sus infidelidades y su lealtad infinita a la Reina Isabel

Conocido por su figura anti protocolar, fue el confidente, amigo, compañero durante 73 años no solo de Isabel sino de todo el pueblo británico. El futuro del reino tras su deceso, la posible asunción de Carlos y el deseo de William de sucederla.
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El reloj marcaba las 12.01 en Londres cuando el anuncio se hizo público: el Duque de Edimburgo, el príncipe Felipe, el marido de Isabel II había muerto. Tenía 99 años. El compañero de la Reina, por más de 73 años, dejó este mundo en el Castillo de Windsor. Él fue su pilar, un compañero abnegado, una fuente inagotable de su fortaleza.

Los medios británicos ya comienzan a preguntarse qué será de la Reina ahora que Felipe no estará más. “La pregunta inevitable ahora es: ¿qué pasará ahora que él ya no está allí? ¿Se apartará la reina de la mirada pública, como hizo la reina Victoria después de la muerte del príncipe Alberto? ¿Seguirá adelante independientemente? ¿O el Príncipe de Gales asumirá sus funciones?”

Desde los comienzos:

La niña Alicia era una verdadera princesa, hija del príncipe Luis de Battenberg y de la princesa Victoria de Hesse, que a su vez era hija de la princesa Alicia del Reino Unido, que era la segunda hija de la reina Victoria. Cuando la niña Alicia comenzó a crecer, sus institutrices descubrieron que lo que sus hermanos aprendían con facilidad a ella le costaba mucho más. No era por pereza, sino por una sordera congénita. Hizo de su debilidad una fortaleza. Aprendió a leer los labios y a hablar en inglés, alemán, francés y griego.

Alicia creció y se enamoró de Andrés, un príncipe no salido de un cuento, pero sí de Grecia. Se casaron, tuvieron cinco hijos. Pero luego de la guerra con Turquía, Andrés tuvo que exiliarse. El príncipe derrotado y la princesa partieron, o mejor dicho huyeron, en un barco inglés. El hijo más pequeño, de apenas 18 meses, no fue colocado en una cuna de oro, sino en un cajón de naranjas. Ese niño crecería y se enamoraría de una princesa que sería reina de una de las naciones más poderosas del mundo. Ese niño renunciaría a su apellido y aceptaría caminar siempre tres pasos por detrás de la mujer que amaba.

Ese niño se convertiría en Felipe de Edimburgo, el fiel compañero de la reina Isabel, asistiría a 22.219 actos oficiales, colaboraría con 780 organizaciones benéficas, y al final de su vida, solo agradecería haber tenido con su esposa lo que nunca tuvo con sus padres: una familia.

Los príncipes exiliados se instalaron en Francia. Con títulos de nobleza, pero despojados de su nacionalidad y sin cuentas bancarias, París no era una fiesta. Al tiempo Alicia comenzó a mostrar signos de depresión. Cuando Alicia fue internada en un centro de salud mental, su marido no solo la abandonó, sino que siguió mostrándose con sus amantes y viviendo de la generosidad de sus parientes. Un tío asumió la responsabilidad de Felipe, que con diez años fue enviado a Alemania a estudiar.

Al cumplir los 12, lo anotaron en la escuela Gordonstoun, en Escocia. Pupilo, la escuela tenía más de infierno que de centro educativo. Al terminar, Felipe se unió a la Marina Real Británica. En el verano de 1939, Jorge VI, monarca del Reino Unido, visitó con sus hijas la Universidad Naval. Isabel, la primogénita, tenía 13 años, y la llamaban Lilibet. Un cadete de 19 años, con un metro ochenta y tres y una elegancia natural, fue designado para entretener a Ia adolescente y a su hermana Margarita.  

Isabel se mostró deslumbrada por el cadete, pero él no tanto. Quizá porque ese niño que nunca se sintió amado se había convertido en un hombre amable y cordial pero que prefería esconder que mostrar, silenciar que expresar y, sobre todo, que confundía amor con vulnerabilidad.

Pero, y a pesar de sus peros, comenzó a intercambiar cartas con esa adolescente que se estaba convirtiendo en mujer y, sobre todo, con esa princesa que sería reina. El amor se expresaba mediante largas y continuas cartas. También pudieron verse en distintas ocasiones en el castillo de Windsor. Muchos observaban el idilio con desconfianza. Pasó la guerra, Isabel creció, y el amor se consolidó. Jorge VI aceptó a Felipe como novio de su primogénita a regañadientes. El candidato no tenía ni tierra ni fortunas, pero contaba con una cualidad única: el amor incondicional de Isabel.

El 20 de noviembre de 1947, dos años después de terminada la guerra, Felipe se casaba con Isabel.  En 1949, Felipe fue enviado a Malta. El matrimonio se instaló en Villa Guardamangia. Vivían felices, sin embargo, Felipe, de vez en cuando, mostraba que detrás de sus ademanes de caballero había un hombre de temperamento complejo. “¿Es qué todavía no es suficiente?”, protestó molesto cierta vez, harto de posar para unos fotógrafos. “Felipe, solo están haciendo su trabajo. Ahora que te casaste conmigo, tendrás que acostumbrarte”, cuenta la leyenda que le respondió su mujer. Pese al mal carácter de su marido, Isabel lo amaba y él valoraba que ella por fin le diera lo que nunca había conocido: una familia.

La relación parecía armoniosa, pero en 1952, Isabel tuvo que suceder a su padre. La que era princesa se transformó en reina, y su marido, en príncipe consorte. El problema es que Felipe descubrió que mientras su mujer reinaba, él no tenía mucho más trabajo que acompañarla como un marido ejemplar o también como un lindo adorno. Para casarse con ella debió renunciar a su religión, que era la ortodoxa griega, y perdió el título de príncipe de Grecia, a cambio le dieron el de duque de Edimburgo.

Ya como príncipe consorte, preguntó si podía quedarse en la Marina, y le respondieron que no. Palabras más, palabras menos, le informaron que debía limitarse a acompañar a la monarca calladito y modosito, y siempre caminando tres pasos por detrás de su esposa. No era por patriarcado, matriarcado, machismo ni feminismo, sino por algo mucho más anacrónico y rígido: por protocolo.

Si su estima andaba por el suelo, quedó definitivamente pisoteada cuando supo que tanto Carlos como Ana llevarían el apellido de su madre: Windsor, pero no el suyo: Mounbatten. Harto de su rol protocolar o de adorno de lujo, entre 1956 y 1957, Felipe decidió realizar un largo viaje sin su esposa. Los rumores comenzaron a proliferar: el príncipe viajaba solo pero no tan solo. Según las crónicas de la época, tuvo algunas amantes, como Daphne du Maurier, cuyo marido trabajaba en su oficina; su amiga de la infancia Hélène Cordet, madre de uno de sus ahijados, y Pat Kirkwood, una estrella de musical que poseía unas piernas consideradas " la octava maravilla del mundo”. Se dijo que estuvo con Zsa Zsa Gabor y hasta que mantuvo un idilio con Susan Barrantes, madre de Sarah Ferguson, quien años después sería su nuera.

Fue entonces que Isabel comprobó que no solo era la reina de una de las naciones más poderosas de la Tierra, sino también la esposa de uno de los hombres más frustrados del mundo. Por eso, cuando nacieron sus hijos Andrés y, luego, Eduardo, no hubo primer ministro ni protocolo que se impusiera. Llevaron el apellido de su padre, y en primer lugar. Además, le concedió a su marido el título de “príncipe del Reino Unido”.

Aunque nadie lo confirmó ni lo desmintió, dicen que Isabel siempre supo de las infidelidades de su marido. Sin embargo, las toleraba. Es que en público, Felipe cumplía con todo lo que se le exigía por cargo y rango. Incluso se arrodillaba ante su esposa si el protocolo lo exigía, todo con una sonrisa y sin perder su elegancia. Pero además, Isabel lo amaba, y como aseguraba cierta diva argentina “al fin de cuentas ellas son amantes y yo soy la esposa”.

Y sí, quizá Felipe no le era fiel a Isabel, pero que le era fiel a la reina no había dudas. En su vida pública participó de 22.219 compromisos reales tanto que solía decir de sí mismo que era “el descubridor de placas más experimentado del mundo”.

En 2017, Felipe decidió retirarse de la vida pública. Se dejó ver en algunos eventos familiares, como el festejo de su aniversario de bodas número ¡setenta! el 17 de febrero de 2021. A pocos meses de cumplir 100 años fue internado en el hospital privado King Edward VII en Londres, “como medida de precaución” tras “sentirse mal”.

Alguna vez le preguntaron sobre el secreto de su longevo matrimonio y respondió “La tolerancia es el ingrediente esencial. La Reina tiene la cualidad de la tolerancia en abundancia”.

Camino al futuro del reinado:

Cientos de londinenses conmovidos por la noticia se acercaron a poner flores a los pies del lugar donde está el texto del comunicado, que no da mayores especificaciones sobre los pasos a seguir. Se estima que el funeral será pomposo pero no abierto a público masivamente, dado el contexto que marca la pandemia.

Los funcionarios del Palacio de Buckingham se están preparando para un funeral ceremonial real en el Castillo de Windsor, en Berkshire, de acuerdo con el pedido del Duque de Edimburgo previo a su muerte. También se espera una procesión militar en Londres, si las restricciones de la pandemia lo permiten.

El ataúd con el cuerpo del duque de Edimburgo será trasladado en algún momento en los próximos días a la Capilla Real en el Palacio de St. James en Londres. Aquí es también donde yacía la princesa Diana durante varios días antes de su funeral en 1997. Por protocolo, el público no podrá acercarse a despedirlo.

En épocas normales, sin pandemia, habría una procesión por las calles de Londres y otra en Windsor, un recorrido que incluiría Queen Victoria Memorial, el Palacio de Buckingham y por Constitution Hill hasta Wellington Arch.

Al llegar a Windsor, habría una procesión lenta conducida por Long Walk con tambores, militares y miembros de la familia real siguiéndolos. Se movería por Long Walk, a través de Cambridge Gate y luego a Park Street, High Street, pasando por Guildhall y Castle Hill y por la puerta de Henry VIII.

El tradicional periódico londinense plantea la posibilidad de que finalmente Carlos, el hijo mayor del matrimonio real sea quien asuma las responsabilidades mayores de Isabel II, preparándose para su futuro reinado.

Sin embargo, señaló: “No hay duda de que la Reina se asegurará de que continuará haciendo su trabajo mientras pueda. Sin embargo, la pregunta es: ¿qué podrá manejar? ¿Y por cuánto tiempo? Diezmada en su alma y corazón, Isabel II podría acelerar los tiempos finales de su reinado y darle mayor protagonismo a su primogénito, dando por tierra también con otro dilema que transitó los pasillos del Palacio de Buckingham los últimos años: el deseo de su nieto William de ser él el elegido para sucederla en el trono. Los próximos días serán claves para conocer qué ocurrirá finalmente con su Corona.|

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