Anécdotas y lágrimas del día que Carlos y Diana dieron el “sí quiero” – Negocios & Política
 

En el 40° aniversario |Anécdotas y lágrimas del día que Carlos y Diana dieron el “sí quiero”

La incómoda presencia de Camilla, los errores nupciales, el vestido excesivo, el operativo policial más intenso en la vida de los royals, los millones que le costó a Inglaterra, y otros detalles de la histórica celebración te lo contamos en esta nota.
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Aunque el príncipe Carlos se casó con Diana en 1981 (34 y 141 años después de las bodas de la reina Isabel y la reina Victoria) su boda tuvo una narrativa más de cuento de hadas que la de sus predecesoras.

Carlos venía de aprovechárse de su título para encadenar relaciones con un puñado de mujeres que, o bien no eran aptas para el matrimonio real o, peor, ya estaban casadas. Algo que hizo siguiendo el infame consejo de su tío segundo, Lord Mountbatten: “que eche todas las canas al aire que pueda antes de sentar cabeza”. Para cuando cumplió los 30, la presión de encontrar una esposa lo bastante adecuada para su anticuada familia (que fuese virgen, vaya), llevó a Carlos y a su familia a peinar su reino literal para hallar a esa mujer “intacta” y con las muchas virtudes exigibles a una futura reina. Una tarea nada fácil en una época de liberación sexual y post-feminismo.

La aparición de Diana fue para Carlos como encontrar a una princesa Disney en el mundo real: una profesora infantil dulce, rubia, de enormes ojos azules, con un linaje respetable y un expediente intachable en lo personal. Se convirtió en candidata por sorpresa, hasta para su propia familia, sobre todo porque la hermana mayor de Diana, Sarah, había tenido una relación con Carlos años antes. Para añadirle el "toque Cenicienta" perfecto, Diana se había pasado tres años trabajando de empleada del hogar de Sarah -limpiar el polvo, fregar los platos y hacer coladas por el equivalente a 1,30 euros la hora.

Incluso la cronología del romance parecía medida para encajar en una película (casi como la que tuvo su hijo Harry con Meghan Markle): Diana decía que sólo había visto a Carlos 13 veces desde que empezó el cortejo hasta su boda en 1981 en la Catedral de San Pablo de Londres. Siguiendo con el símil peliculero, la secuencia central más relevante sería la "audición" que tuvo que pasar Diana cierto fin de semana de 1980 en Balmoral, cuando tuvo que demostrar delante del resto de la familia real británica que sería una digna esposa para la realeza.

El 29 de julio de 1981, Diana puso el broche final a ese cuento de hadas con una boda vista por 750 millones de personas, el enlace nupcial con más espectadores de todos los tiempos. Llegó a la catedral de San Pablo en la Carroza de Cristal, coronada por una tiara, y con un velo tan voluminoso que apenas cabía en el vehículo.

El excesivo vestido de novia fue el movimiento nupcial más al límite de Diana. A sus 20 años recién cumplidos, Diana escogió a los diseñadores emergentes David y Elizabeth Emanuel -cuya primera cliente de alta costura había sido Bianca Jagger- para vestirla el día de su boda. Pese a su juventud, “siempre supo exactamente lo que estaba buscando, hasta el detalle de la herradura tachonada con diamantes que llevaba bordada en la pretina como talismán de buena suerte”, como contaba Tina Brown, exdirectora de Vanity Fair y biógrafa de Diana. “[El vestido] era el culmen de sus fantasías de princesa. Insistió mucho en su petición de contar con mangas voluminosas, sedas flotantes, una cola de tafetán de casi 8 metros, cintura ceñida y encaje antiguo bordado con perlas y lentejuelas”.

David Emanuel contaría mucho después que Diana y él buscaban de forma intencionada reventar el récord preexistente de cola más larga en una boda royal, con más de metro y medio de longitud sobre su predecesor. La cola era tan larga, de hecho, que los Emanuel se trasladaron de su estudio a un ala abandonada del Palacio de Buckingham para contar con el espacio suficiente para poder cortarla y darle forma.

Diana había pasado tanto estrés durante los preparativos de la boda que perdió hasta 13 centímetros de cintura, algo que hizo bastante difícil que los diseñadores pudieran ajustarle el vestido. Al final, los Emanuel crearon cinco cuerpos distintos para acomodar la silueta menguante de Diana, y añadieron un lazo azul a la cintura para desearle suerte. También fueron los responsables de unos zapatos de novia de tacón bajo adornados con un motivo en forma de corazón, compuesto de 540 lentejuelas y 130 perlas. En los pequeños tacones -Diana medía lo mismo que Carlos: 1,78 m.- llevaban pintadas a mano en sus arcos las iniciales C y D como remate. En caso de lluvia, los Emanuel también habían diseñado un parasol color marfil bordado con perlas y encaje.

“Diana tenía su propio vestidor enorme, inundado del ajetreo y bullicio de gente yendo y viniendo, de las flores que iban llegando, etcétera”, recordaba la dama de honor India Hicks en el libro de Rosalin Coward Diana: The Portrait. Horas antes de la llegada de Diana a la iglesia, decía Hicks, “recuerdo perfectamente que había un televisor pequeño a un lado de su tocador, y a Diana sentada frente a él, vestida con vaqueros, mientras le ponían la tiara. Y empezó a decirle a todo el mundo que pasaba por delante que se quitase de en medio porque, claro, estaba muy emocionada de verse en la tele... Y pasaron a anuncios y pusieron un anuncio de helados y entonces Diana se puso a cantar y todos empezamos a cantar con ella... Era una señal, creo, del tipo de emociones encontradas que flotaban en el aire mientras se preparaba: era obvio que a ella le fascinaba verse en la televisión, y que estaba lo bastante relajada como para poder cantar, pero el ambiente era tal que todos estábamos riendo y bromeando con ella”.

Décadas después, durante ese rumbo de tierra quemada que siguió a su divorcio, Diana nombraría ese 29 de julio de 1981 como “el peor día de mi vida”, y afirmaría sentirse como “un cordero rumbo al matadero” cuando se despertó esa mañana. Pero poco después de la ceremonia, tanto Carlos como Diana dejaron frases para el recuerdo teñidas de éxtasis, que indicaban que el matrimonio era todavía más un cuento de hadas que uno de triste moraleja. Carlos le dijo a un primo suyo que “en ocasiones estoy peligrosamente cerca de echarme a llorar de pura alegría”. Y Diana, por su parte, decía que “fue como estar en el paraíso, algo asombroso, maravilloso, aunque estaba tan nerviosos cuando me dirigía al altar que puedo jurar que oía el ruido que hacían mis rodillas al entrechocar”.

Romper con la tradición

Diana y Carlos fueron los primeros royals británicos en abandonar la anticuada promesa de "obedecer" en sus votos. Carlos escogió la Catedral de San Pablo en vez de la más tradicional Abadía de Westminster porque, según cuenta Lady Colin Campbell en Diana (una historia real): “no sólo era más hermosa, sino que podía albergar una orquesta entera y su coro era mundialmente famoso” (Carlos, un entusiasta de la cultura, escogió con orgullo la música de la ceremonia) . Aunque Carlos se olvidó de sellar sus votos a Diana con un beso, el príncipe lo compensó horas más tarde cuando Diana y él iniciaron una nueva tradición: besarse en público desde el balcón del Palacio de Buckingham.

Camilla Parker Bowles

Diana era muy consciente de los sentimientos que Carlos albergaba por Camilla, y que se le rompió el corazón antes de la boda, cuando descubrió una pulsera en la que Carlos había encargado una inscripción para Camilla. Aunque Carlos se las apañó para invitar a su ex novia y futura esposa a la boda (junto a otros 2.500 invitados entre los que se contaban Nancy Reagan o Gracia de Mónaco), Diana se negó a invitar a Camila al más restringido desayuno nupcial celebrado en el palacio de Buckingham.

Errores nupciales

El maquillador de Diana contaría años después que la princesa roció accidentalmente el vestido con perfume -con su aroma favorito, Quelques Fleurs-, dejando una mancha que Diana intentó tapar con la mano durante la ceremonia. Al pronunciar los votos, Diana cambió el orden del nombre del novio: le llamó "Felipe Carlos", en vez de "Carlos Felipe". Carlos también tuvo su metedura de pata: en vez de ofrecerle a la novia "mis bienes materiales, le ofreció algo que ella ya tenía: "tus bienes".

Y sí, hubo lágrimas, aunque no las vertieron los novios: la dama de honor Clementine Hambro, bisnieta de Winston Churchill y la alumna de preescolar favorita de Diana, se tropezó durante las festividades del día y rompió a llorar al caerse. Diana fue capaz de quitarle el llanto y animarla al agacharse y preguntarle a Hambre si se había “golpeado en el trasero”.

Máxima seguridad

En el New York Times contaban que, como parte de la intensa operación llevada a cabo para garantizar la seguridad antes de la boda, la policía registró las alcantarillas, peinó la ciudad con perros y apostó francotiradores en los tejados por si el IRA decidía atacar. Esa seguridad extra supuso una buena parte de la factura de la boda que, ajustada a inflación, equivaldría hoy a unos 100 millones de euros.

Los medios estaban tan desesperados para conseguir aunque fuese un vistazo fugaz del vestido de Diana, que los Emanuel tuvieron que tomar sus propias medidas de seguridad: destruir los bocetos después de enseñárselos a Diana (porque los periodistas registraban la basura); preparar un diseño alternativo en caso de que el vestido original se filtrase; y guardar los distintos materiales y telas en una caja fuerte que tuvieron que instalar.

El desayuno nupcial

El menú incluía las tradicionales fresas con nata, rémol en salsa de langosta y pollo Príncipe de Gales (relleno con mousse de cordero). También se sirvieron ¡27 tartas! Además, la tarta oficial de la boda (una tarta de frutas con glaseado blanco de metro y medio de alto) estaba decorada con el escudo de armas de Carlos, el blasón de los Spencer, y motivos florales entre los que se contaban rosas, lirios del valle y orquídeas.

Los regalos

Los Reagan enviaron a los novios una ensaladera de cristal Steuben grabada y un centro de mesa artesanal de porcelana Boehm como regalo por parte de Estados Unidos, Canadá mandó un dormitorio entero de mobiliario canadiense clásico (incluyendo una cama de cuatro postes en madera de arce, dos candelabros de madera y un pequeño escritorio extensible). Australia mandó 20 platos artesanales de plata, con la fecha del matrimonio grabada en la parte trasera. Más regalos: un reloj art déco de Cartier; whisky escocés; un juego de reloj, pulsera, colgante, anillo y pendientes de záfiro y diamantes del príncipe hereder Fahd de Arabia Saudí; y un par de mitones tejidos con seda de un siglo de antigüedad idénticos a los que llevaba la Reina Victoria.

Hubo también regalos más humildes, como unas figuras de Carlos y Diana hechas con pan de jengibre que envió una escuela de primaria; un limpiador de alfombras; cestas de picnic; o albornoces blancos con las iniciales de los novios bordadas. Diana y Charles también tenían una lista de bodas secreta en la famosa General Trading Company de Chelsea. Los amigos que querían participar necesitaban el visto bueno precio del Palacio de Buckingham antes de poder ver la lista, que al parecer incluía decoración de jardín, una vinoteca y un par de bandejas para tomar el desayuno en la cama.

Retrato de la familia real inglesa

En todas las bodas –reales o no– se hacen fotografías de familia pero en el caso de la familia real inglesa es una tradición centenaria. Las fotografías oficiales de la boda generalmente se toman entre la ceremonia y la recepción de la boda, una tradición que comenzó en la boda del rey Eduardo VII y la reina Alejandra en 1863, tras el desarrollo de las primeras fotografías.

En la boda del príncipe Carlos y Diana de Gales quedaron inmortalizados, además de la pareja, la Reina Madre, Isabel II, el príncipe Felipe, la princesa Ana, la princesa Margarita, los príncipes Andrés y Eduardo y demás ilustres invitados.

Una salida modesta

“Luego, para asombro de todos los presentes, la rigidez real se evaporó por completo cuando los recién casados subieron a un landó abierto rumbo a Waterloo Station para coger el tren a Broadlands, la casa de campo en el sur de Inglaterra donde pasarían la primera parte de su luna de miel”, informaba The New York Times. “En la parte de atrás del carruaje había pegada una señal escrita a mano con la leyenda ‘recién casados’, y atados al escalón un montón de globos plateados y azules en forma de corazón”.|

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