Uno de los títulos más atractivos, tanto por su desarrollo argumental, como por las preguntas que plantea y las problemáticas que propone discutir, fue editado en español el año pasado por ediciones La Cebra. Se trata de Tecnofeudalismo – crítica de la economía digital, del economista francés Cédric Durand.
Los temas principales que desarrolla el autor en el texto son: la fusión entre la economía y la política, la promesa incumplida de la década de 1990 que versaba sobre un capitalismo más participativo a base de múltiples emprendedores, la potencia colectiva capturada por las Big Tech a través de los datos, y la dominación privada de las vidas.
Munido de una abundante bibliografía clásica y contemporánea, Durand se plantea una serie de preguntas al iniciar su ensayo: ¿qué se hacen uno a otro el capitalismo y lo digital? ¿Cómo interactúan búsqueda de ganancia y fluidez digital? ¿Podría ser que esté en vías de ocurrir un cambio de lógica sistémica y que nuestros ojos, perturbados por el entrelazamiento de las crisis del capitalismo, aún no lo haya percibido bien?
A partir de esa hipótesis organiza el texto en cuatro capítulos que se extienden a lo largo de más de 200 páginas. Allí realiza una genealogía del relato del “Consenso de Silicon Valley”, que avizoraba una nueva edad de oro del capitalismo gracias a lo digital.
“Vivimos en plena fantasy. Desde los últimos años del siglo XX, el Silicon Valley y sus empresas emergentes ejercen una atracción magnética en el imaginario político, ofreciendo el brillo de una juventud mítica al capitalismo tardío. ¿Cuáles son los orígenes de esta ideología? ¿Cuáles son sus basamentos teóricos? ¿Cuáles sus fisuras?”, expresa el autor en ese capítulo inicial donde profundiza en la “ideología californiana”: el producto de la hibridación de la contracultura hippie de los años sesenta y de la adhesión entusiasta de los nuevos empresarios californianos a los principios del libre comercio.
Luego, el texto recorre las nuevas formas de dominación asociadas a lo digital, cuestionando los motores del arraigo de las conductas individuales en los nuevos territorios digitales, la mixtura entre las nuevas formas de vigilancia algorítmica con las lógicas políticas y económicas.
El anteúltimo episodio retrata las consecuencias económicas del desarrollo de lo que se conoce como activos intangibles, es decir, lo inmaterial: software, base de datos, criptomonedas, NFT. Atrás quedó el sueño siliconiano descentralizador y competitivo, “mientras que el endurecimiento de los derechos de propiedad intelectual restringe en su beneficio el uso de los conocimientos, la industrialización de los procesos informáticos alimenta lógicas rentistas de una potencia inédita, augurando una nueva edad de los monopolios”, afirma Durand.
Lo reseñado hasta aquí es el prolegómeno considerado necesario por el investigador para finalizar su escrito con la hipótesis tecnofeudal del título del libro. El devenir del capitalismo es analizado en el nivel de la lógica del modo de producción en su conjunto.
El feudalismo en la actualidad
El libro expone una síntesis de los elementos centrales de la estructura feudal:
- El carácter indisociablemente político y económico de las relaciones de dominación, que se cristalizaba en una institución central, el dominium, donde el poder sobre los hombres se confundía con el poder sobre la tierra.
- Un principio general de concentración y de consumo de las riquezas, según el cual “todos los ejes convergían hacia una aristocracia omnipotente y despilfarradora”, que concentra “en las manos de los señores todos los nuevos ingresos engendrados por la expansión agrícola, que eran así orientados hacia la compra de artículos de lujo”.
- La explotación económica de la mayor parte de la población por la aristocracia recurría a la coerción, más que a un arreglo contractual de tipo servicios contra protección, presuponiendo una forma de simetría entre las partes. La deducción señorial dependía más precisamente de una lógica de depredación, es decir, un mecanismo de asignación apropiativa que prolonga una situación de desigualdad por el uso de la violencia.
Ese modo de producción exhibe tres características distintivas: la propiedad de parte de las herramientas de producción por los productores directos; la autonomía en la organización de procesos de trabajo esencialmente individuales y fragmentados; y el carácter disyunto de la deducción señorial respecto al proceso de trabajo mismo.
Durand señala acertadamente que el feudalismo no comparte ningún elemento con el modo de producción capitalista, pero se define -al igual que el esclavismo- “por la no libertad del trabajo y la ausencia de dinámica de incremento sistemático de la productividad”. A diferencia del capitalismo, el feudalismo no es productivista. Es rentista.
Esa captación de valor se encuentra presente en el capitalismo de plataformas, donde prevalece la renta sobre la lógica productiva. Este ascenso de las actividades digitales expone la discusión acerca del proceso competitivo de generación de ganancias.
El autor asevera que la lógica persiste mientras exista algún tipo de competencia, pero se pregunta: “¿Podría ser de otro modo? ¿Sería posible que la generación de ganancias fuese orientada mayoritariamente hacia la apropiación y no ya a la producción de valor? Y si tal fuera el caso, ¿cuáles serían sus consecuencias a nivel macroeconómico? El problema así planteado es finalmente el de la emergencia de un fenómeno de regulación depredadora en la era de los algoritmos”.
Hacia el modelo tecnofeudal
Tres décadas después de la fulgurante aparición del valle californiano como elemento central del auge de las tecnologías de la información, una cuestión que figuraba en aquel consenso persiste: los fundamentos del modo de producción capitalista sufrieron desestabilizaciones, solo que de una manera distinta a la imaginada hace 30 años: “allí donde un optimismo tecnocapitalista prometía un cambio de imagen, el curso de las cosas revela una degeneración”.
Esto es expuesto por Cédric Durand en el epílogo de Tecnofeudalismo – crítica de la economía digital, las relaciones competitivas pierden terreno contra las de dependencia, lo cual tiende a hacer prevalecer la depredación sobre la producción, en palabras del autor, el tecnofeudalismo.
En cuanto a la crítica teórica y política, existe mucho por hacer aún. El libro sugiere diversos cuestionamientos: “¿Cuál es la cartografía precisa de los circuitos de extracción de la renta? ¿Cómo se conectan al sistema financiero y, en particular, a los megafondos de inversión que organizan su centralización? ¿Cómo se alimentan de la explotación de los trabajadores del clic, de la gig economy y de las formas más antiguas del trabajo asalariado? ¿Quiénes son las presas, y en qué condiciones sus subjetividades pueden converger en una potencia social alternativa?”
Finalmente, Durand afirma que el futuro estará signado por la mano invisible de los algoritmos. Resta preguntarse acerca de quienes serán sus operadores: los que comandan las ciudadelas tecnofeudales del presente desean “monopolizar el control intelectual de los procesos socioeconómicos de producción y consumo”.
Las distintas resistencias a la “desrealización” de los individuos son y serán un gran obstáculo para la culminación del proyecto. Debido a que un individuo plenamente desarrollado aspiraría a una verdadera democracia económica, sin las ataduras del presente.
Como manifestó el autor en una reciente entrevista: “Lo virtual no puede ser todo porque si es todo, la vida no tiene sentido. Hay que decidir qué parte socializamos de nuestras decisiones y en qué parte decidimos individualmente. De la misma manera que participamos del lenguaje. Hay una creación desde abajo que es una creación de la multitud y el problema es la captura privada de esta creación”. |
*Adrián Machado. Licenciado en Comunicación Social y especialista en nuevas tecnologías.