A sesenta años de la publicación de Rayuela se pueden seguir los rastros del proceso complejo y apasionante de la construcción de la novela a través de las cartas intercambiadas entre Julio Cortázar y diferentes personas cercanas a él, como su editor Porrúa, el escritor Mario Vargas Llosa y el cineasta Manuel Antín, entre otros, correspondencias donde se describen las etapas iniciales de la escritura hasta las correcciones finales y que ofrecen una visión única de la mente creativa del autor y su dedicación para perfeccionar su obra.
Rayuela, la segunda novela de Cortázar, fue escrita en París y publicada en Argentina, por la editorial Sudamericana, el 28 de junio de 1963, pero el autor, como se verá en sus cartas, recién recibe un ejemplar un mes después. Esta obra fundamental del boom latinoamericano y de la literatura en español se centra en la historia de Horacio Oliveira, el protagonista, y su relación con la Maga. La historia tiene una trama con desafíos al lector y que presenta múltiples lecturas. Conocida como “antinovela” o “contranovela” según las preferencias de Cortázar, representó un salto audaz del escritor que lo alejó de la seguridad controlada de sus cuentos fantásticos y lo llevó a una búsqueda sin respuestas con preguntas incesantes.
En una lectura detenida de la apasionante correspondencia de Cortázar, publicada en cinco tomos por Alfaguara, el lector encontrará (especialmente en el tomo 2 que abarca los años 1955-1964) que el escritor finalizó la primera versión de Rayuela mientras se encontraba de vacaciones en Viena. En una carta a Francisco Porrúa, su amigo y editor, del 22 de mayo de 1961, se compromete a trabajar arduamente en la novela para tenerla lista antes de fin de año: “Prepárese, son unas 700 páginas. Pero yo creo que ahí adentro hay tanta materia explosiva que tal vez no se haga tan largo leerla”, confía Cortázar.
A lo largo de las cartas, el escritor revela su preocupación por las expectativas de la editorial Sudamericana y los comentarios de sus lectores cercanos. En la siguiente carta a Porrúa, confiesa que aún se encuentra en la tercera casilla de “Rayuela” y que se ha desviado constantemente del camino trazado. A pesar de ello, el autor muestra determinación y revela que ha finalizado la parte principal del libro y ahora está desordenándolo, siguiendo unas leyes especiales que tienen que ver con las características del libro: leer los capítulos en otro orden o sin orden.
Ya el 30 de mayo de 1962, Cortázar informa a Porrúa que ha enviado la novela por avión a su editor, Julián Urgoiti, agradeciéndole por priorizar la publicación de Rayuela sobre sus cuentos de Final de Juego. Además, incluye una página con el orden de las remisiones que determina la forma en que debe leerse la obra. “Vos pensá que este libraco significa 4 años de trabajo (con grandes huecos, lo que es todavía peor) y que incluso la manera de leerlo me pone a mí en la misma complicada situación que al lector“, señala Cortázar.
Y comparte en esta carta la reacción emocional de su esposa Aurora Bernárdez, su primera y única lectora: “Su opinión del libro puedo quizá resumírtela si te digo que se echó a llorar cuando llegó al final. Es cierto que según Mark Twain, un general del ejército norteamericano se echó también a llorar el día en que él le mostró el plano de unas fortificaciones que acababa de dibujar. Pero, modestia aparte, me parece que ese llanto (el de Aurora) quería decir otra cosa”. Por último, Cortázar le solicita a Porrúa que realice un cambio en una cita de “Ferdydurke” de Gombrowicz en caso de que tenga acceso a la edición española del libro.
En una carta escrita también en París, el 6 de junio de 1962, Cortázar le escribe a su amigo fotógrafo y poeta Fredi Guthmann y le dice que Rayuela será el libro en el que se encontrará plenamente con él, a pesar de que Guthmann no sea un personaje en la obra, ha plasmado los diálogos y reflexiones que han tenido en numerosas ocasiones, sin que Guthmann lo supiera. También explica que no hay elementos autobiográficos en la novela, a excepción de algunos episodios de los primeros dos años de Cortázar en París, se han incorporado todos los sentimientos que el escritor experimenta ante el fracaso total del hombre occidental.
En otra carta dirigida a Porrúa el 25 de julio de 1962, Cortázar expresa su conmoción ante la reacción de su editor amigo al leer su novela. El autor destaca que las palabras utilizadas por Porrúa, como “un enorme embudo” y “el agujero negro de un enorme embudo”, describen con precisión la esencia de la obra: “eso es exactamente Rayuela, es lo que yo he vivido todos estos años y he querido tratar de decir – con el terrible problema de que apenas esas cosas se dicen, salta el malentendido, todo el horror del lenguaje («las perras negras» – las palabras – ) que preocupa a Morelli”. Morelli es el personaje de la novela que hace reflexiones metapoéticas.
Para Cortázar, lo más importante no es tanto que Porrúa considere el libro bueno, sino que Porrúa haya experimentado desconcierto, traslado y alienación, al igual que el protagonista del libro, Oliveira. Cortázar confiesa que al recibir la respuesta de Porrúa, sintió que finalmente alguien había sentido lo que él quería que el lector experimentara.
En una carta a Manuel Antín, el 6 de enero de 1963, Cortázar le dice a su amigo cineasta que ha recibido las pruebas de su novela y ha dedicado días y noches a corregirlas antes de devolverlas a Buenos Aires.
En febrero de 1963, Cortázar recibe una carta de confirmación de la recepción de las galeras de Rayuela por parte de su editor. En marzo de ese mismo año, en una carta posterior enviada desde Viena, Cortázar adjuntó una fotografía de una rayuela que podría servir para la diagramación de la portada. Explica que la idea era representar una rayuela dibujada con tiza en una vereda o un patio, evocando el ambiente del libro, que finalmente será la portada de la primera edición.
Ya en mayo de 1963, Cortázar informó a Porrúa que había llegado al “no-final” de Rayuela y que había corregido las páginas. Agradece con nombres a los revisores de la editorial por su minuciosidad y cuidado en el trabajo. También propone cambios y solicita la revisión minuciosa de las páginas para corregir posibles errores, ya que menciona problemas específicos que encontró durante la lectura de las pruebas. Algunos de estos problemas incluían errores tipográficos, remisiones incorrectas y líneas que debían ganarse o perderse en determinadas páginas.
En una correspondencia fechada el 23 de mayo de 1963, Cortázar le envía una carta a Mario Vargas Llosa, en la que anuncia a su amigo peruano el envío de las pruebas a la editorial y una preocupación típicamente latinoamericana del momento: “Yo acabo de enviar a Buenos Aires las pruebas de página ya corregidas de ‘Rayuela’. Y también espero la que se va a armar cuando aparezca (si algún nuevo golpe de estado de los coroneles no lo impide antes)”.
Posteriormente, el 3 de junio del mismo año, Cortázar le escribe a Jean Barnabé desde París. En esta ocasión, el autor compartía con el escultor francés sus sentimientos más íntimos acerca de su novela. Cortázar confiesa haber roto numerosos límites y fragmentado su ser de diversas maneras durante la escritura de “Rayuela”. El autor expresa su percepción de haber alcanzado su propio límite creativo, sintiéndose incapaz de ir más allá en ese momento. Además, aprovechaba la carta para discutir sobre las innovaciones técnicas presentes en su obra.
Aunque esperaba que estas no perturbaran a los lectores, explicaba que dichos elementos tenían la intención de exasperar al lector y convertirlo en un cómplice y colaborador en la obra. Asimismo, el autor mostraba su descontento con el estereotipo del lector que se acerca a los libros con una actitud pasiva y demandante, buscando únicamente entretenimiento o servicio. En contraposición, Cortázar anhelaba haber escrito una obra que pudiera ser leída de dos maneras: la forma que agrada al lector convencional y su propia manera, entablando una lucha y estableciendo una relación personal con el lector.
Por fin, luego que la novela se publicará el 28 de junio de 1963, hace 60 años, el 26 de julio, desde París, Cortázar le escribe a Porrúa, donde le comunica la llegada de un ejemplar de Rayuela. Con su característico sentido del humor, el escritor le menciona el telegrama que ya le había enviado, asemejándolo a las breves y concisas palabras que caracterizaban a Julio César. Cortázar bromea sobre cómo cualquier frase larga hubiera sonado cursi en un cable. “Imaginate que te hubiera puesto LLEGÓ ‘RAYUELA’ STOP MUY CONMOVIDO STOP. O bien: ACUSO RECIBO LADRILLO STOP ¿YO ESCRIBÍ ESO? STOP ABRUMADO POR PESO DEL ARTEFACTO STOP”.
Cortázar le explica a su amigo la sensación casi incrédula que experimentó al palpar un ejemplar de “Rayuela” con su característico fondo negro, simbolizando el cierre del círculo tras tantos años de trabajo.
Estas cartas revelan el vívido entusiasmo y la ansiedad de Julio Cortázar ante la publicación de su aclamada novela. También ponen en superficie su peculiar sentido del humor y su deseo de compartir las emociones con sus amigos y colegas, haciendo evidente la importancia y el impacto que este trabajo literario tenía en su vida y carrera.
Antes de empezar a escribir cartas sobre las críticas recibidas sobre la novela y a contestar a los miles de lectores que le escriben, le envía a Porrúa, el 13 de septiembre de 1963, una significativa carta: “…¿y si nos moríamos, Paco, y si nos moríamos hen hel hínterin? Ahora Rayuela está ahí, y a mí no me importa nada de nada, ni la cronología, ni que Final del juego vaya a parecerles a muchos (entre ellos vos y yo) un platito de dulce de zapallo después de una real langosta a la americana”.
Sesenta años después este espíritu cortazariano sobrevuela toda su obra, pero en especial los cinco tomos de sus cartas y su vital novela Rayuela.