Con otra cintura, con otro timing, con otro apetito. Desde que asumió la butaca central en la Corte Suprema de Justicia, Horacio Rosatti dio claras señales de que se siente cómodo en ese rol, y de que está dispuesto a jugar.
Esta semana lo ratificó al convocar a una reunión de urgencia con sus pares del máximo tribunal, sentándolos el viernes último para consensuar una posición firme en contra de la iniciativa del oficialismo en Diputados para que ellos y el resto de los miembros del Poder Judicial paguen el Impuesto a las Ganancias.
Con un eficiente manejo de la agenda mediática, Rosatti y sus asesores lograron deslizar algunos de los pormenores de la reunión y dejaron sentada su posición en contrario. También armó un tándem tan estratégico como previsible, tanto con la Asociación de Magistrados, como con la Asociación de Jueces Federales (AJuFE), a los que sumó el gremio de los Judiciales. Logró lo que pretendía: mostrar cohesión, exhibir fuerzas y correr hacia el plano de lo político la disputa por el postergado pago del impuesto.
Todo ello después de una semana en la que se renovó parte de la integración del Consejo de la Magistratura que el mismo Rosatti preside, organismo que por decisión también de Rosatti, amplificó su cantidad de integrantes y le reservó a la Corte, o sea, a Rosatti, también ahí la butaca mayor.
Sin estridencias, con sutilezas, pero tampoco sin dar lugar a equívocos, el presidente de la Corte se muestra dispuesto a dar pelea. El suyo parece ser un rol institucional mucho más explícito y que trasciende el hecho político institucional de resolver las causas que llegan a la última instancia judicial. Rosatti ha llegado para jugar. Y el mundo judicial y político hace rato ya lo perciben.