“La vida es muy corta para vivir el sueño de otro”, era la frase que funcionaba para el día a día de Hefner. En 1953, el productor fundó la revista Playboy después de que los directivos de Esquire, donde trabajaba, le negaran un aumento. El imperio que formó creció como un espejo de la revolución sexual de la década del ‘60: las producciones fotográficas cada vez más subidas de tono que impuso se consumían como pan caliente.
En los ‘70, instalado en el Hollywood, ya era una de las figuras que más comentarios generaba en ese mundillo, no solo por ser el dueño de Playboy, sino también por ser uno de los grandes organizadores de fiestas excéntricas y desaforadas regadas por el alcohol, las drogas y el sexo. Todas las estrellas habidas y por haber querían participar de los hedonistas divertimentos que diseñaba en su mansión ubicada en el Número 10236 de la calle Charing Cross de Holmby Hills, Los Ángeles, California. Una propiedad que el magnate compró en 1971 por 1,1 millones de dólares.
Actores, actrices, mediáticos, periodistas, políticos, deportistas, escritores, productores, directivos de canales y aspirantes a estrellas se mezclaban entre las paredes de la construcción de estilo neogótico pensada en 1920 por el arquitecto Arthur Rolland Kelly. “Tenías a todo Hollywood allí, era como vivir un mundo de fantasía”, comentó en una entrevista.
En 2012, Hefner habló con Vanity Fair sobre lo que significaba la casa para él. “Es el lugar al que todos quieren ir y estoy de acuerdo con ellos. Todo lo que quieres está aquí. Es como una mansión inglesa, pero está en medio de Los Ángeles. Y no tengo que salir por nada”, contó.
Pero evidentemente no todos pensaban igual. Una ex conejita, Sondra Theodore, una de las más conocidas de la década del ’70, expresó: “Hef fingió que no estaba involucrado en ningún uso de drogas duras en la mansión, pero eso era solo una mentira”. Reflejado su testimonio en el nuevo documental sobre el dueño de PlayBoy, a 4 años de su muerte, contó que lasconejitas eran incluidas en orgías y fiestas sexuales con el dueño de la mansión.
La droga conocida como Quaaludes (metacualona), un sedante que tiene efectos similares a los barbitúricos, era muy popular entre los ‘60 y ’70 y era habitué en esas fiestas: “Por lo general tomabas la mitad, porque si tomabas dos, te desmayabas. Los hombres sabían que podían hacer que las chicas hicieran casi cualquier cosa que quisieran si les daban un Quaaludes”.
Un ex asistente de Hefner, Loving Barrett, ratificó los dichos de Theodore: “(A esas pastillas) las llamábamos “abridores de piernas”. Ese era el objetivo de ellos. Eran un “mal necesario”, por así decirlo, para la fiesta”, sostuvo, sin ningún tapujo. El dueño de Playboy, de hecho, le ordenaba a Barret que consiguiera recetas de estos medicamentos para cada reunión que había en la mansión.
Lo cierto es que la imagen de Hugh Hefner, siempre generó fantasías populares que los medios estadounidenses de encargaron de ensalzar. La última esposa del poderoso, Crystal Harris, hizo una confesión que terminaría con esa fama de "hombre hipersexual" que enloquecía a muchas/os.
"Los lunes era la noche de chicos. Se juntaban y elegían entre todos una película, pero durante los fines de semana nos gustaba ver clásicos del cine y los domingos veíamos algo que estuviera en cartelera", contó. "El sexo no era tan importante para él".
"Lo echo de menos todos los días. Él me enseño mucho. Me enseñó el amor, la bondad… era amable con todos, sin importarle quién eras. En estos días es raro encontrar alguien así", remató Crystal.|