Mauricio Macri, en su último raid televisivo, practicó la incontinencia verbal. Ya despojado del asesoramiento del consultor ecuatoriano Jaime Durán Barba, el ex presidente argentino se explayó a sus anchas sobre diversos temas pasados y futuros en distintos medios afines. En una de esas intervenciones explicó en que utilizó su gobierno los casi 45 mil millones de dólares que le facilitó el Fondo Monetario Internacional a su administración: posibilitar la salida de capitales de los bancos comerciales privados -mayormente estadounidenses y europeos-. Es decir, permitirles a estas instituciones deshacerse de bonos de deuda en pesos, luego que estas detectaron el principio del fin de la política económica del gobierno.
El exmandatario también indicó que la actitud de los bancos no se debió a que se había cerrado el endeudamiento externo con privados y solo quedaba el acreedor en última instancia como auxilio financiero, sino que las instituciones bancarias temían la “vuelta del kirchnerismo”. Argumentación endeble, puesto que solo habían pasado seis meses del triunfo electoral del oficialismo en las elecciones legislativas de 2017. Además, Macri agregó que el mayor préstamo de la historia del FMI fue netamente político, con el único objetivo de asegurarle un segundo mandato.
La afinidad con gobiernos de corte neoliberal y la protección de sus empresas –el Fondo no es una entidad etérea, está dirigido por Estados Unidos y los países centrales europeos– son una práctica histórica del organismo que comanda Kristalina Georgieva, lo que torna plausible la explicación esgrimida por Macri. El principal legado de la administración anterior fue el gigantesco endeudamiento externo en divisas.
Este legado condicionará no solo lo que resta del gobierno de Alberto Fernández, sino varios mandatos subsiguientes. La restricción externa empeora –si eso fue posible– su panorama a partir del próximo año porque el esquema de repago de lo prestado por el FMI prevé fuertes e impagables desembolsos durante 2022 y 2023. El escenario mantiene similitudes con el de 2017, pese a haber acordado con los acreedores internos, los mercados externos permanecen cerrados por la misma razón que 4 años atrás: no se prevé que la economía argentina tenga la capacidad de generar divisas.
El licenciado en Economía Claudio Scaletta sindica a esta dificultad como la principal razón de la inestabilidad macroeconómica y de los altos niveles de inflación argentina. Allí se ubica la raíz del péndulo local, de virar de un modelo económico a otro, afirma el economista. Lo demás, dice, son herramientas para el corto plazo: controles cambiarios y de precios, disputas tributarias y por el reparto del ingreso.
El problema central, continúa el economista, es que “las divisas generadas por la economía son insuficientes para enfrentar los compromisos externos”. El escenario es harto complejo por la imposibilidad de continuar devaluando, lo que en la práctica significa bajar salarios –en 2015 rankeaban entre los más altos de la región, hoy lo hacen en sentido opuesto–. Esto también traería aparejado índices de pobreza que podrían abrir la puerta a cualquier ilusión de estabilidad, como la remanida idea –nuevamente traída a la palestra por el senador nacional por Mendoza Julio Cobos– de dolarizar la economía.
La experiencia de la convertibilidad es un valioso antecedente en ese sentido, con beneficios iniciales –desarmar la hiperinflación– que finalizaron en la enajenación del patrimonio público, desindustrialización absoluta, desempleo de alrededor del 20%, confiscación de ahorros, y en general, una economía de enclave.
En términos concretos, debe intensificarse la extracción de recursos hidrocarburíferos no renovables de la cuenca neuquina para potenciar una generación genuina de divisas en el mediano plazo –no es menor el dato de donde terminen los beneficios de ese proceso, ahí radica la diferencia entre gobiernos–. En el corto, es urgente la búsqueda de dólares financieros para lograr cierta estabilidad cambiaria. El Banco Central está lejos de tener un poder de fuego para estabilizar efectivamente la macroeconomía.
La acumulación de reservas no se produjo en estos dos últimos años a pesar de existir superávit comercial –diferencia entre exportaciones e importaciones–, haber postergado el pago de la deuda a acreedores privados, y la inexistencia del turismo emisivo –de entre 5 mil y 6 mil millones dólares anuales– debido a la pandemia. Con esta situación se plantea la paradoja del crecimiento: si la economía crece fuertemente en estas circunstancias, las importaciones superarían a las exportaciones, y volvería el turismo al exterior, provocando probablemente una nueva devaluación.
Cambios ministeriales, debate de nombres, internas, pases de facturas, escándalos mediáticos, demagogia punitiva, son cuestiones, entre otras tantas, que de centrarse en ellas permitirán el moldeamiento tal vez definitivo de la sociedad argentina a la sumisión neoliberal –probablemente a cargo del intendente porteño–. El desafío está planteado. |