Letizia, neutralidad y malas encuestas
La reina Letizia lleva un año yendo a juego con su esposo, el rey Felipe VI, en lo que a mascarillas se refiere. La consorte las ha lucido quirúrgicas en casi todas las ocasiones que ha comparecido en actos públicos desde que empezó la pandemia. El único cambio que se ha permitido ha sido usar una blanca del tipo FFP2. Y la única excepción, cuando usó una colorada con el logo impreso de la Cruz Roja para presidir un acto de la entidad.
Ni siquiera cuando ha vestido de noche o de gala, como en la foto, se ha permitido una mascarilla a juego, algo que sí han hecho otras royales consortes como Máxima de Holanda o Kate Middleton. De ese modo, la neutralidad política que se exige a los reyes en una monarquía parlamentaria como la española, se ha llevado a las mascarillas. Esa ausencia de mensaje, mantiene a los reyes alejados de polémicas pero también habla de la forma con la que se enfrenta la institución a la opinión pública. Habla, por ejemplo, de la falta de espontaneidad.
No es que fuera mucha antes, pero el rey emérito, apodado "el campechano": aportó alguna que se ha ido borrando, entre otros motivos, por los escándalos que él mismo ha protagonizado. Es un tipo de soltura o relajación que sí han mostrado Middleton y Guillermo de Inglaterra y que se ha podido ver en el uso de mascarillas tuneadas pero también en la actitud en sus videollamadas que han incluido hasta un bingo benéfico; en el contenido que cuelgan en sus redes sociales o en el mismo hecho de tener redes sociales.
Para ser justos, tampoco deben quedar fuera de ese análisis que los niveles de aceptación también son muy diferentes: Máxima de Holanda es el miembro de la familia real de su país más valorado incluso en un mal momento como este y Guillermo es el único miembro de su saga capaz de acercarse a los niveles de aceptación de su abuela (8 de cada 10 según una encuesta de marzo de 2021 realizada por YouGov), la reina Isabel II.
José María Aznar, la mascarilla como defensa
El ex presidente del Gobierno es un hombre de contrastes. No hay más que comparar el primer episodio que protagonizó en pandemia relacionado con la mascarilla y uno de los últimos. El primero tuvo lugar cuando en pleno confinamiento y estando prohibido viajó con su esposa, Ana Botella a pasar unos días de relax en Marbella. Allí se pudo ver al matrimonio de ex políticos pasear por la localidad malagueña en pareo y sin mascarilla.
Chocó que un hombre de Estado se saltara las normas sanitarias en la peor crisis de ese tipo que ha vivido España en el último siglo, y quizás por eso, en la última intervención pública quiso ser tan cuidadoso. Fue en su declaración en calidad de testigo en el juicio por los papales de Luis Bárcenas, ex tesorero del PP. Aznar habló por videollamada, desde su despacho y solo, pero con mascarilla. Ese detalle provocó la pregunta de uno de los letrados, Gonzalo Boye: “¿Está usted solo en su despacho, señor Aznar?” La pregunta no era absurda: en ese tipo de testimonio el testigo no puede tener asistencia legal sobre la marcha. Pero Aznar dijo que quería ser respetuoso con las normas sanitarias y no sólo no se la quitó sino que también puso un foco frente a su cara que impedía distinguir la expresión de sus ojos o cualquier otro gesto que pudiera dar información a los jueces sobre el estado de ánimo del testigo o pistas sobre lo que decía era o no era mentira.
Pablo Iglesias, la mascarilla-mitin
Es el político, ya ex, de primera línea que más partido le ha sacado a ese lienzo en blanco. Durante la pandemia, la que más ha lucido ha sido la que llevaba impreso un mensaje de apoyo a la sanidad pública. En otras ocasiones, el medio era el mensaje y por eso aún sin texto impreso, él y su equipo se encargaban de que se supiera el origen de la mascarilla en cuestión.
En otra ocasión, se le vio luciendo una Wiphala, la bandera multicolor de los indígenas en Bolivia. No fue casualidad, el año anterior se había convertido el símbolo de apoyo al expresidente Evo Morales, por quien siente admiración. Iglesias consiguió con su moño que la prensa también se fijara en él por cuestiones en principio ajenas a la política, algo reservado, o casi, a las mujeres. Ahora ha vuelto hacerlo, ya fuera del ruedo, cortándose la coleta. Pero no hay duda de que a esa mascarilla, obligatoria y unisex, ha sido él quien mejor partido electoral ha sacado.
Isabel Díaz Ayuso, mascarillas sin bronca
Sus excesos dialécticos no han ido acompañados de una mascarilla a la altura. Al contrario, la presidenta de la Comunidad de Madrid ha llevado siempre las quirúrgicas o las FFP2, que más tarde cambió por una blanca que llevaba impresa una pequeña bandera de la comunidad que preside. De esa forma, mostró una faceta institucional y sin estridencias que no siempre logra hablando, como se demostró en el debate electoral televisado por las últimas elecciones madrileñas. Contrasta también con cierto histrionismo que ha empleado, por ejemplo, en portadas como la de el diario El Mundo donde salió posando llorosa y con el rímel corrido al inicio de la pandemia.
Fernando Simón, un verso suelto
El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias ha insistido muchas veces en que él no es político. Tiene cargo público pero no ha sido elegido, y quizá por eso se ha permitido una relajación institucional que se ha traducido en unas formas más distendidas y también en el uso de la mascarilla.
Fernando Simón se ha permitido una variedad cromática y de estampados mucho más variada y llamativa que ningún miembro del Gobierno o del Congreso. Estampadas, con motivos musicales (la de la foto lleva impresa la figura de Freddie Mercury) y hasta con tiburones. Esta última es la que le generó más de una reprimenda, sobre todo porque la llevó en una cita delicada: en el homenaje de Estado por las víctimas del coronavirus. Al acto, todos acudieron con mascarillas quirúrgicas o de color oscuro, es decir, de luto, pero él decidió llevar una con tiburones.
José Luis Martínez Almeida, la mascarilla chulapa
El alcalde de Madrid empezó luciendo la quirúrgica y luego alguna oscura de tela, pero a medida que la prensa e incluso algunos rivales políticos lo fueron convirtiendo en un modelo de sensatez y liderazgo, él se atrevió con mascarillas más coloridas. Las ha llevado de flores, de motivos geométricos y muy coloridas, siempre alternadas con alguna de su partido, pues para algo ha ganado peso en el PP: Pablo Casado lo nombró portavoz en plena pandemia.
También ha lucido alguna con la bandera de España, como hacen otros líderes de su formación (Teodorgo García Egea, por ejemplo) y algunas en apoyo a los sanitarios, como la que se puso (y jaleó en Twitter) con el logotipo del SAMUR. Pero su favorita es la que lleva en la foto, que forma parte de la colección con motivos "chulapos" que incluye otro modelo con lunares, aunque el alcalde ha optado por la que emula el estampado de la parpusa, la gorra con visera que lucen los chulapos.
Carmen Calvo, la mascarilla-electoral
La vicepresidenta primera ha despistado con el uso de las mascarillas. Aunque casi siempre la lleva blanca, de vez en cuando se permite variar. Por ejemplo, cuando en junio de 2020 acudió con la presidenta de Patrimonio Nacional, Llanos Castellanos Garijo, a comprobar cuáles serían las medidas que garantizarían el acceso seguro a los visitantes del Palacio Real. La ministra, que ha tenido el incómodo papel de ser la interlocutora con la Iglesia para asuntos como la exhumación de Franco, acudió con una vistosa mascarilla coloreada con la bandera de la Virgen de la Sierra de Cabra, su pueblo natal.
Es la única vez que la ha lucido alguien que ha aprovechado las sesiones de control al Ejecutivo para "cambiar de look" y enseñar mascarillas de cuadros, estampadas y también la amarilla con el logotipo del Gobierno de España. Ella siempre juega a favor de los suyos, por eso llevó una roja con el lema de la campaña de Ángel Gabilondo, una "moda" que inauguró el popular Alberto Núñez Feijóo, primer político en enfrentarse a unas elecciones en pandemia. El gallego descartó enviar propaganda a electoral a casa, pero no desaprovechó la mascarilla y la convirtió en pantalla para lanzar sus lemas de campaña.
Yolanda Díaz, mascarilla en son de paz
El blanco se convirtió en su color fetiche en cuanto pisó el Ejecutivo de Pedro Sánchez como ministra de Trabajo. La pandemia tardó poco en llegar y ella trasladó ese gusto por trajes y vestidos de ese color a la mascarilla. Hoy la nueva lideresa de Podemos y actual vicepresidenta tercera el Gobierno da pistas sobre quién es a través de su mascarilla.
Al contrario que su predecesor, Pablo Iglesias, que la empleó para enviar mensajes directos, Díaz ha demostrado ser también más sutil en esto y ha preferido seguir usando la palabra (directa pero correcta y dialogante) más que los símbolos, siempre sujetos a interpretaciones interesadas. Muy en la línea que de esa capacidad para negociar que destacan hasta sus rivales y ese blanco nuclear en ropa y máscaras es una manera de escenificarlo.
Pedro Sánchez, la mascarilla de Estado
Con la mascarilla, el presidente del Gobierno ha mantenido cierta distancia con su partido, algo que exige su cargo. Siempre quirúrgica o una blanca, tuvo que llegar el mes de julio de 2020 para que lo viéramos lucir una banderita de España impresa en una mascarilla oscura. Hasta ese momento, sólo la derecha había empleado ese recurso, pero una reunión en la Unión Europea donde todos los líderes llevaban la suya grabada en su mascarilla, quizá le hizo cambiar de opinión. La ha lucido, poco, sin embargo, y jamás estando el rey Felipe Vi presente: ambos hombres, cabezas visibles del Estado, han optado siempre por las mascarillas más habituales y menos estridentes.
Susana Díaz, la mascarilla altavoz
Ha dado el salto para presentarse a las primarias del PSOE en Andalucía y enfrentarse así al candidato preferido por Sánchez, Juan Espadas. La ex presidenta de la Junta lleva tiempo preparando ese terreno en el que se la ha podido ver atendiendo a las peticiones de las bases y de sus votantes, con quien tan bien se entiende en el tú a tú, distancia que con la pandemia se ha perdido.
La mascarilla que luce en la foto aumenta esa cercanía, aunque detrás hay una causa más importante: la de la Federación de Asociaciones de Implantados Cocleares de España en Andalucía (AICE) y de personas con discapacidad auditiva que pidieron una "comunicación accesible". Por eso la lleva Díaz, aunque a nadie se le escapa que de esa forma, se aprecia mejor la sonrisa, un arma muy eficaz en campaña, más para alguien como ella, que siempre ha tenido su punto fuerte comunicativo en la distancia corta y lo emocional.|