Un analista junior de pocas luces y utilizando sólo fuentes abiertas, podría haber alertado el panorama con el que finalmente se encontró Alberto Fernández el pasado sábado en Chubut. Nadie logra entender cómo fue que el presidente y su comitiva quedaron atrapados en medio de un grupo de manifestantes que no aparecieron por arte de magia.
El mandatario se topó con una protesta contra la industria minera apenas dejó el aeropuerto. Parece que nadie notó el montículo de gente, pancartas y banderas con diversas consignas que esperaban la anunciada llegada.
Más tarde, en el centro de la localidad de Lago Puelo, decenas de personas con carteles en contra de la explotación minera esperaron mansamente que el presidente termine una reunión de trabajo en el Centro Cultural local. A la salida hubo insultos, piedras y forcejeos entre los manifestantes y la escuálida escolta presidencial.
Un cascote impactó contra uno de los miembros de la comitiva, otro rompió el vidrio de la camioneta con la que escapaban del lugar Fernández, la Primera Dama y el resto de sus acompañantes.
A la luz de lo que se pudo ver, que no fue poco, y de lo que recogieron los medios periodísticos que estuvieron en el lugar, nadie hizo mucho por evitar exponer al mandatario de un papelón.
“No quiero ni pensar qué hubiese pasado si la piedra que rompió el vidrio de la combi le daba en la cabeza al presidente dos minutos antes. Cómo le vamos a hablar de seguridad a la gente si no podemos ni proteger al presidente”, se quejaba un funcionario que tiene más entradas a la residencia de Olivos que a la Casa Rosada.
Hay tres hipótesis sobre los motivos por los que pudo haber fallado el “anillo de seguridad” presidencial:
- Supongamos que la Casa Militar no contaba con información sobre una protesta en marcha y menos que podía actuar violentamente contra el presidente. Hagamos de cuenta que la unidad custodia presidencial de la Policía Federal tampoco sabía nada. Lo mismo sospechemos de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI). Y digamos que los observadores adelantados a la comitiva presidencial tampoco notaron algo raro. Si todos los planetas se alinean en esta dirección, algo sumamente extraño, podríamos decir que el presidente está desnudo.
- Si alguna fuerza a cargo de la seguridad presidencial contaba con información sobre la situación en el terreno y obstaculizó la cadena de comunicación o simplemente no hizo nada, significa que alguien está interesado en mostrar al presidente desnudo.
- La tercera opción es que Fernández no haya querido darle importancia a la información sobre posibles acciones en su contra, o que alguno de sus asesores lo haya convencido en que no pasaba nada. De todos modos, en el caso de que haya sido así, lo claro a la vista es que la conducción de la seguridad presidencial fracasó. El presidente está desnudo.
Para el vocero presidencial, Juan Pablo Biondi, se trató de “una docena de personas, escondidos entre manifestantes genuinos”. Abonando la teoría de infiltrados. ¿Para qué? ¿De parte de quién? Lo concreto es que, a fin de cuentas, el presidente tuvo que abortar sus planes y dejar la provincia. Estaba desnudo ante las cámaras de La Nación+.
¿Quién custodia al presidente?
El ministro de Seguridad de Chubut, Federico Massoni, fue el primero en lavarse las manos: Dijo haber recibido un itinerario falso, que la policía de la provincia no intervino en la custodia presidencial y culpó de lo sucedido a la Casa Militar.
Las acusaciones que realizó Massoni contra el intendente de Lago Puelo, Augusto Sánchez, y contra otros funcionarios de menor rango, es harina de otro costal. Más allá de los posibles responsables —que ya habrían sido detectados—, es difícil creer que lo sucedido haya sido producto de una treintena de personas en contra de la millonaria industria de la megaminería.
Algunas fuentes hablan de incompetencia y negligencia por parte de la Casa Militar. Otras dicen que hubo un pase de facturas entre un sector de la AFI y los encargados de la custodia presidencial.
No es la primera vez que el presidente queda desnudo. Durante el velatorio de Diego Maradona, sus devotos seguidores pudieron haber saqueado la Casa Rosada el día que ingresaron como malón para despedir al futbolista.
Después de aquel papelón, el jefe de la Casa Militar, el coronel Alejandro Guglielmi; su segundo, el teniente coronel Walter Rovira, y el director de Operaciones, capitán de fragata, Gonzalo Gordillo; presentaron sus renuncias, pero el presidente no se las aceptó. En aquella oportunidad el oficial de caballería culpó a los responsables de la seguridad externa de la Casa Rosada, es decir las fuerzas de seguridad a cargo de la ministra Sabina Frederic.
Guglielmi estrenó un cargo nuevo en la Casa Militar, el de segundo jefe, creado por el ex presidente Mauricio Macri a través del Boletín Oficial 43/2017. Su destino anterior era tranquilo, jefe del Departamento Fomento de la Dirección de Remonta y Veterinaria del Ejército.
Ahora, tras los incidentes en Lago Puelo habrá que ver qué dice Guglielmi. Tanto el ministro de Seguridad de Chubut como un informe de la policía de esa provincia responsabilizaron a la Casa Militar. De todos modos, el coronel sabe que cuenta con el irrestricto apoyo del secretario general de Presidencia, Julio Vitobello.
El jefe de Inteligencia del Ejército, el coronel mayor de infantería Gabriel Pietronave, mira para otro lado. En su entorno juran que las cosas ya no son como en otras épocas, cuando el J2 estaba al tanto de todas las actividades presidenciales. “La Casa Militar se maneja absolutamente sola y de manera independiente”, explicó una fuente del Edificio Libertador.
En la Agencia Federal de Inteligencia también miran para otro lado. Dicen que la base en esa provincia se encuentra prácticamente desactivada. El director de contrainteligencia de la AFI, Daniel Louis, está más pendiente de los menesteres que inquietan a Oscar Parrilli, su ex jefe y actual senador, que de cualquier otra cosa.
El “Pigu” —como lo llaman a Louis— paseó durante cuatro años por el desierto cuando el gobierno de Macri lo echó de la central de espías. La arena, la sed y el calor transformó a quien supo estar en la mesa chica de Jaime Stiuso. “El petiso (por Pigu, no por Jaime) es leal a La Cámpora, así que no lo metan en el medio. No va a fragotear en contra”, dice un amigo de él.
Pero en la cadena de responsabilidades también aparece un oficial de Ejército retirado. Se trata del capitán de caballería Gustavo Martínez Zuviría, verdadero jefe de seguridad del presidente. También ingresó durante la gestión de Macri. Fuma pipa, tiene gustos excéntricos y le encanta jugar al polo.
“Es el que maneja la seguridad y la inteligencia. Es raro que un retirado que ni siquiera es de la especialidad maneje eso, pero así están las cosas”, argumentó una fuente del ministerio de Seguridad preocupada por los incidentes durante el velatorio de Maradona, en Chubut, y otros casos menores que no tomaron estado público.
Un blanco regalado
Por lo general, los incidentes provocados con intenciones políticas son mensurables y controlados. Pero los que surgen de manera espontánea, el riesgo es más alto.
Las protestas contras mineras, multinacionales, gobiernos impopulares, o la amplia geografía de la desigualdad global comienzan a tomar ritmo en Latinoamérica. Los “conflictos antisistémicos” —como lo indican los más modernos manuales con el que se alimentan los nuevos cánones de la “seguridad” mundial— se caracterizan no sólo por su amplitud de variables de riesgo, sino por su espontaneidad.
Los carteles, las consignas, la manifestación en las puertas del aeropuerto y los incidentes posteriores, demuestran que lo que sucedió en Chubut no se trató de una serie de hechos espontaneaos. |